viernes, 9 de octubre de 2009

Despertándome

¿Dónde estabas tantas horas? Juntos en la misma habitación

-mirando subir las olas-preparadito para la acción.

Si la suerte me abandona y dice que no quiere verme,

le llamaré estafadora, me ha robado mientras duerme.

Me he pasado tantas horas viendo de los pétalos la flor,

que se me acerca una amapola y me vuelve a la boca to'l sabor.

Mírame a los ojos; sé qué estás pensando.

De tu cabeza quiero beber caldo.

Para matar mis dudas y subir hasta tu luna.

Tírate en suelo; vete colocando.

De tu entrepierna quiero beber caldo

y como ratas de basura: Desorden y Soledad

se fueron viéndote llegar.

Ella se esconde del aire que rodea el sonido de mi voz

y yo me entreno como un perro para que le muerda mi canción.

Si la suerte me abandona y ves que estoy un poco triste,

es que tú eres una zorra y un buitre no come alpiste.

Y si te sientes perdedora, sácate de la boca el amor

y devuélveme todas las horas que paso pensando que somos dos...

Mírame a los ojos; sé qué estás pensando.

De tu cabeza quiero beber caldo.

Para matar mis dudas y subir hasta tu luna.

Tírate en suelo; vete colocando.

De tu entrepierna quiero beber caldo

y como ratas de basura: Desorden y Soledad

se fueron viéndote llegar.

Será que te han cogido miedo de saber

que estás mas loca...

que yo, que necesito ver amanecer

cuando no toca.

(Tampoco)

domingo, 13 de septiembre de 2009

Domingos

Los domingos son tristes, pero en mi barrio, más. Y más cuando el verano dice adiós por la ventanilla del tren, y la tarde invita al otoño, que se presenta como un cuentachistes en el velatorio de lo que fuimos. El otoño está aquí, junto a la vuelta al cole, el inicio de la Liga, las primeras lluvias y el recuerdo del verano en que comprendí que somos el gorila del anuncio.

Los domingos son tristes, sobre todo cuando al día siguiente tienes que madrugar, y más aún cuando no soy capaz de disfrutar mis días libres y prefiero quedarme en casa martilleando el teclado del ordenador. Son tristes, y el móvil se me ha roto, y nadie me llamará alegrándome la tarde. Nadie recogerá los restos de pizza hasta mañana, ni vaciará los ceniceros, ni cerrará la maldita ventana que golpea virulenta su marco, rítmicamente, como los latidos del corazón de mi casa.


Los domingos son tristes, porque son un punto de inflexión entre la semana pasada y la que viene. Futuro y pasado confluyen en el domingo, y ambos no son nada, y lo son todo a la vez, y me mareo sólo de pensar que el presente no existe y a un tiempo es lo único que hay. Porque ya todo olía a ti, y tus ojos eran mi jacuzzi, y hoy me los han cambiado por la película de Antena 3.


Los domingos son tristes, sobre todo si estás solo y la boca te sabe al ron de anoche, y la cabeza te duele al recordar lo que no hiciste y lo que te hicieron. Los domingos son tristes, sobre todo si tú también lo estás.


Fotografía extraída de geo.ya.com

domingo, 6 de septiembre de 2009

Amaneceres

Cuando tengo las respuestas, cambian las preguntas. Cuando menos me lo espero, los recuerdos se aparean con las imaginaciones, dando a luz imágenes infames, capaces de provocarme el dolor más intenso y cruel, imágenes a las que asisto embelesado sin poder apartar la mirada, autolesionándome.

Cuando creo que todo me da igual, que el peor daño ya está hecho, me topo de bruces con mi propio cerebro, que recrea tus gemidos para con otro, tus mentiras para conmigo, tus actuaciones dignas del Goya. Cuando menos me lo espero, todo eso está ahí y salta sobre mí, y ya no tengo fuerzas para correr y escapar porque las he invertido todas en tratar de perdonarte.


Cuando pienso lo que has sido para mí, me veo pequeño.


Ayer desayuné un sandwich de orgullo. Ñam. Y a mediodía, unos filetes de odio con guarnición de venganza. Y cuando creía que era sufuciente con reprimir todos los sentimientos y actuar como un animal que copula con un semejante sin plantearse apenas nada más, resulta que no, que hacen falta más cosas. Hace falta que incluso tú te perdones a ti misma. Y otra vez me veo como el gorila del anuncio, me levanto p'arriba, me siento p'abajo.


Ahora, p'arriba. Ahora, p'abajo.


Y entonces te despiertas, qué haces, escribir, perdón.


Fotografía extraída de elaguja.cl

viernes, 4 de septiembre de 2009

Me descojono



Esta es una de las pocas cosas capaces de levantarme el ánimo estos días.

Aparte de ser una metáfora perfecta y dantesca de mi estado anímico -ahora parriba, ahora pabajo-, me permite pasar de depresión a regocijo, y de nuevo a depresión, en cuestión de segundos (lo que dura el vídeo, vamos).

Disfrutadlo.

Bailar bajo la lluvia

Es sabido que, cuando tocas fondo, todo tiene que ir a mejor. Ya conté hace varios meses que, cuando estás sumido en la más completa de las miserias, de pronto te ves dotado de cierto poder. Nada te puede ir peor, las cosas no pueden torcerse más. ¿Existe algo más redondo que un círculo -aparte de dos círculos, claro-? No.

Cuando ya no cabía más tristeza en mi habitación, he resucitado. Y hoy me he descubierto cantando mientras caminaba, como de costumbre. He sonreído cuando he comprado tabaco a la camarera que me ha activado la máquina, a la madre de un niño con el que casi me tropiezo, y a mi madre cuando me ha recordado lo del oculista. Creo que éstos son los primeros pasos para volver a ser feliz.


Continuaré por comerme a dentelladas el poco orgullo que me has dejado. Intentaré mirarte a los ojos, pero me da miedo volver a caerme dentro de ellos. Trataré de tocarte, pero temo quedarme pegado a ti, otra vez.


A mí, que antes no me importaba bailar bajo la lluvia si tú me mirabas desde el balcón, ahora no quiero que otra tormenta me pille sin paraguas.


Fotograma de la película Singing in the rain.

Segundas partes


Nunca fueron buenas, dicen. Excepto en el Padrino, apostillo yo.


Después de meses de receso, me he armado de letras para seguir dándole caña al blog. Si alguien esperaba remotamente mi regreso, helo aquí.


Bienvenidos seáis los nuevos; bienhallados, los antiguos. Un saludo a todos.


Comencemos...

viernes, 5 de junio de 2009

Confesiones

- Ayer conocí a un tío...

- ¿Qué dices? Cuenta, cuenta...

- Pues nada, es un chico que ya conocía de algo, pero hasta hace poco no habíamos intimado, no sé, es como si de repente hubiese surgido una chispa entre los dos, ¿sabes? Había visto sus ojos varias veces, algunas de ellas bien de cerca, pero nunca había reparado en lo profundos que son, creí perderme en ellos mientras ella me hablaba, y sus palabras eran un carrusel de sonidos hermosos del que no alcancé a comprender ninguna palabra por lo embelesada que estaba...

- Sigue, sigue.

- Acabábamos de tomar algo en un bar, y yo la verdad estaba muy cansada. Él estuvo muy atento toda la tarde, la verdad es que me sorprendió. Y qué guapo. Y al salir del bar me pasó un brazo por encima de los hobros y me sentí pequeñita, pequeñita...

- Ay, tía.

- Y nada, me preguntó si me apetecía que fuéramos a su casa. Yo me moría de ganas por dormir con él, pero no sabía qué decirle. No quería que aquel instante, que a la vista de todos no era nada del otro mundo -una pareja saliendo de un bar- se desvaneciese en el tiempo y fuese sólo el recuerdo de una noche que le cuentas a una amiga, como estoy haciendo ahora...

- Bueno, ¿y qué pasó?

- Al final le dije que sí, que fuéramos a su casa.

- Qué fuerte, tía. Entonces, por lo que me cuentas, con Mario ya nada, ¿no?

- No, si te estoy hablando de Mario.



Fotografía extraída de data1.blog.de

Recordatorio

Desde En el tejado de una prisión he creído positiva y a un tiempo interesante la experiencia de la encuesta para decidir el primer post de cada mes. Se comunica por tanto a todos los presidiarios que ya tienen la posiibilidad de votar el tema del primer post del mes de julio, justo en la parte derecha del blog.

Gracias a todxs por leer y participar.

El faro del paraíso

Para cuando te marches, tienes las llaves que abren mis puertas,

y por si las perdieras dejaré siempre ventanas abiertas.

Para cuando te quedes, tengo en mi vientre un verano de estrellas

con un mar que se mece si tú respiras desde su arena.


Ay, amapola,

yo de tahúr en otro mundo y tú tan sola.

Hoy quiero habitar la pradera

entre tu ombligo y lo más alto de tus piernas.


Ay, hechicera,

quién fuera luz para alumbrarte las caderas

y hacer un eclipse de seda

en la aureola de tus montes de canela.


Que tengo tanto esperma en la mirada

que cuando lloro al viento nace un cielo.

Y tengo los besitos que me dabas

guardados en el fondo de mi pecho.

Y tengo en las gónadas del alma

otoños que comienzan en enero,

y a veces se me olvidan las palabras

cuando meto los dedos en tu pelo.


Quiero tener tu labio más abierto.

Quiero licuarte y tener caramelo.


En tu pelo, que me sabe a pan caliente,

la gente nunca entiende mi desenfreno.

Que no haya sueños que se queden pendientes,

que la vida es una sombra que se ejerce.


Y ya sabes, prefiero un beso de muerte

a que me bese la muerte sin tu permiso.

Si quisieras mirarte en mí para verte…

me voy a vivir al faro del paraíso.


Carlos Chaouen

Tenemos ganador


Desde En el tejado de una prisión quiero agradecer a todos los que han participado en el blog, no sólo a través de comentarios, sino ingresando en prisión voluntariamente. También agradezco en la misma medida a aquellos que se han registrado para optar a las dos entradas gratuitas para el Parque de Atracciones, cuyo sorteo acabo de llevar a cabo hace un rato.


El ganador, o mejor dicho, ganadora ha sido Raquel. Enhorabuena para ella y gracias al resto por participar. Espero que haya más sorteos y que la suerte os acompañe la próxima vez.


La ganadora debe enviar la palabra EDUVIGIS al 5808 para canjear el precio, seguida de su fecha de nacimiento según el calendario chino, espacio, su número de la Seguridad Social al revés, espacio, el nombre de su abuelo paterno en élfico.

lunes, 1 de junio de 2009

Post por encargo I

Desde hacía algunos meses, me había despertado por las mañanas experimentando una sensación extrañamente placentera: un cosquilleo revoloteaba en mi bajo vientre, y al abrir los ojos descubría una erección implacable bajo el pijama, que tenía que esconder por vergüenza de los ojos de la chica que me cuidaba y llevaba al colegio. Al principio eran días intermitentes, pero en poco tiempo, la regularidad fue absoluta. No sabía muy bien qué hacer con aquello. Me tumbaba boca abajo, pero aquella solución se tornaba estéril cuando comprobaba que, a veces incluso, no servía sino para aumentar la excitación.


Tendría doce o trece años, a lo sumo. Podrían ser las cinco de la tarde de un domingo, y estaba solo en casa. Cambié de canal de pie ante la tele, ya que a principios de los 90 el mando a distancia era poco menos que una leyenda. En un canal, no recuerdo cuál, imagino que la 2, ponían la película El Lago Azul. Y ahí empezó todo.



No recuerdo cómo sucedió con exactitud, pero me enamoré profundamente de la protagnista de aquella película, que era una niña de mi edad que se llamaba Emmeline. Me imaginaba que la tenía delante, que jugaba conmigo en lugr de con el otro protagonista de la película.Nos zambullíamos juntos en las aguas azules que aparecían en el film, la llamaba por su nombre y pensaba en ella cada vez que me masturbaba. Tampoco recuerdo cómo terminó lo nuestro, pero intuyo que fue porque me fijé en otra, u otras.


Porque hubo más: me enamoré de Heidi, aunque no lo he reconocido hasta ahora; de Sophie, la sobrina del inspector Gadget; años más tarde de Pepper Ann, en su cole no hay rival; cuando pensaba que lo había superado, apareció en mi vida Spinelli, con sus botas y su gorro... Un día, un amigo me pregntó en el recreo:


- ¿Y a ti qué chica te gusta de clase?
- Yo estoy profundamente enamorado de Pepper Ann -dije entornando los ojos y mirando al infinito. El muchacho no se sorprendió lo más mínimo, pero negó con la cabeza.
- Ya, pero eso no vale. A mí me mola Vilma, pero digo de la clase -yo, a diferencia de él, me escandalicé.
- ¿Wilma? ¿Te gusta Wilma? ¡Si es una señora!
- No, la de los Picapiedra no. Digo Vilma, la de Scooby Doo.

Años más tarde me enteré de que aquel compañero de colegio ahora se ha dejado bigote, es reparador de máquinas de CocaCola, y tiene una Yorkshire cuyo nombre podréis intuir.

Woody Allen dijo que masturbarse es la manera de hacer el amor con la persona que más te apetece. Persona o dibujo animado, añadiría yo. Porque después, de mayor, arrastras el canon por el que se ha regido tu infancia -me salto la adolescenca porque no me dio tiempo a hacer otra cosa que eso mismo: adolecer-, y si ese perfil se basa en dibujos animados, en mi caso personal se tradujo en chicas delgadas, pequeñas, con maneras de chico, pelo corto, con gafas, que me sacaran sonrisas o carcajadas sin mi consentimiento. Por eso hoy en día no coincido en gustos con casi nngún amigo. Porque ellos se empezaron a masturbar con las revistas porno de sus padres.

Reproducción del cartel original de la película El Lago Azul.

jueves, 21 de mayo de 2009

Otra vez

Me ha vuelto a pasar. Un joven me ha llamado de usted. Tengo 25 años, y no es la primera vez que me pasa. Da qué pensar. Mitiga un poco la sensación de desazón pensar que, de pequeño, yo también era muy educado, y me lo pensaba antes de tutear a un adulto. Pero lo de hoy me ha dolido como nunca.

Trabajo de cara al público y, como he dicho antes -no sólo en el trabajo sino en más ámbitos-, me han debido de llamar de usted una decena de veces. Todavía recuerdo la primera. Hará dos o tres años, mientras mi perro correteaba por el parque, yo fumaba un cigarro sentado en un banco, cuando un balón cayó cerca de mí. El propietario -o quizá un mero usuario- de la pelota, o sea, un niño, reclamó mi atención a gritos.


- ¡Señor! ¡El balón!


¿Señor? Bueno, aquel día iba con la ropa del trabajo -camisa por dentro, zapatos-, y llevaba perilla. Pensé que cabía la disculpa porque, en realidad, el niño y yo estábamos a unos 15 metros de distancia, y además estaba oscureciendo; la suma de todo ello debió de jugarle una mala pasada a la percepción del chaval, pero a mí me marcó de por vida.


Hubo más. Recuerdo con especial sonrojo otro caso más reciente. Sucedió en el trabajo, como hoy. También llevaba camisa, incluso puede que también la americana. Pero el chico que me trató de usted no era tan joven, y aquello me turbó aún más si cabe. Quería apuntarse en la lista de espera, y le pedí el DNI. Cuando me lo dio, comprobé que tenía 17 años, por dios, nació en el 90. Me acuerdo de que le hablé con soltura, incluso le llamé tío varias veces cuando me pidió información sobre los abonos. Le aconsejé la mejor zona del campo teniendo en cuenta todas las variables -la afición contraria, el precio, la visibilidad, el clima...-, no obedeciendo a un instinto comercial, del que por otro lado carezco, sino para tratar de que al final de la conversación, me tutease.


- Gracias, es usted muy amable -eso fue todo lo que pude arrancarle.


Pero sin duda alguna, lo de hoy ha sido mucho peor. Por dos motivos, a saber: a) hoy he ido al trabajo vestido con unos pantalones negros, NORMALES, quizá un poco anchos; una camiseta azul con rayas blancas, en cuyo estampado se aprecia el jovial/informal/desenfadado/juvenil dibujo de un toro con una camiseta con el número 10 de la selección argentina; y unas zapatillas blancas y verdes cuya marca no diré para no hacerle publicidad a Quicksilver. Y b) porque la persona que ha preferido no tutearme, esta vez, era una chica.


No sé su edad, y maldita la gana que tengo de saberla. Pero sus palabras aún resuenan en mi mente como el eco infernal del paso de los años. Lo digo en serio, que nadie se ría. Ya os pasará a vosotros también -y más que a mí-, y cuando os ocurra, sólo deseo que, además, la chica en cuestión os ponga cachondos. Será todavía más humillante, y para mí será, en cierto modo, un alivio saber que no soy el único que arrastra esta cruz. Reproduzco a continuación el breve pero a la par intenso diálogo que desgraciadamente mantuvimos:


- Perdone, ¿fútbol base?

- Perdonada, saliendo por la galería, la última puerta a mano izquierda.

- Ya, pero está cerrado. ¿Sabe a qué hora vienen?

- A y media.

- Gracias.


Y se dio la vuelta y se fue con el último atisbo de juventud que había en la oficina. No una, sino dos veces me había llamado de usted. La primera no logré distinguir si decía perdone o perdona, pero en la segunda no había espacio para el equívoco. Me dejé caer sobre la silla, blasfemé y ultimé unos informes que tenía pendientes.


Es una edad incierta, lo sé. No sabe uno a qué atenerse. Odio en profundidad la tendencia pija que se extiende entre los jóvenes, pero también aborrezco a la gente que va con pintas de algo concreto. Es como si entendiesen la libertad como la capacidad de poder elegir una etiqueta, y no comprenden que ser libre es precisamente lo contrario: huir de las clasificaciones, los estereotipos. Pero cada vez se concede más valor a lo que es semejante, y menos a lo que es diferente, y la competición estriba en ver quén es más igual, cuáles la fotocopia mejor hecha, cuando debería reconocerse quién propone la idea que a nadie se le había ocurrido, quién da un paso que nadie se atrevió antes a dar. Y es imposible escapar: voy a un concierto de un grupo que me gusta desde hace mucho, y me veo rodeado de puretas; y voy a otro concierto de una banda que acaba de salir, y parece que estoy en un instituto de mutantes. Cada vez pienso más en dejar de fumar, me gustan menos los móviles, miro las vacaciones de verano con más antelación, me peino intentando disimular las cada vez más estrepitosas entradas. Ya no me salen -casi- granos en la cara, pero es el pelo el que aparece en lugares insospechados poco tiempo atrás. Cada vez me gusta más comer; y menos, beber. De hecho, cada vez cocino mejor. Cada vez disfruto más de los trayectos, de las esperas. Cada vez me suelto más a hablar con el primero que pillo. No sé si merece más la pena aguantar a un profesor al que pago para que me venda la moto; o a mi jefe, que me paga para que la moto la venda yo. Y podría seguir con las dicotomías hasta mañana.


En todo caso, por si a alguien le quedaba algún resquicio de esperanza, hace relativamente poco fui testigo de algo que me hizo reflexionar sobre esto mismo, llegando a las conclusiones que arriba he expuesto. Por la calle me crucé con una madre y una hija, de unos 40 y unos 16 aproximada y respectivamente... Pues bien, por primera vez en mi vida, me gustó más la madre que la hija.


Si esto no es hacerse mayor, que venga dios y lo vea. no obstante, tampoco creo que sea para llamarme de usted.
Fotografía extraída de zonalibre.org

Muerte

A veces, es difícil comprender el final de un ciclo.

Yo, que conocía la existencia de la muerte, nunca la había visto de cerca. Me habían hablado de ella, yo había compuesto su rostro mezclando impresiones ajenas y vaticinios propios, pero nunca tuve la certeza real de lo que era capaz. Hasta el año pasado.


Desde hace varios años, ir al pueblo ya no significaba hallar la libertad, como ocurría cuando teníamos 15 años. Por aquel entonces éramos libres, no había toque de queda, los veranos se sucedían como los capítulos de un cuento al que miramos de canto y todavía vemos gordo. Pero aquello acabó, las chicas del pueblo ya no eran tan guapas, la diarrea era más aguda después del boellón con garrafón, los amigos que vivían en otras ciudades, como nosotros, cada vez se dejaban ver menos. Ya sólo íbamos cuando no quedaba más remedio, y comprobábamos con ojos tristes que los niños ya no juegan al fútbol en el polideportivo, que nuestros amigos de allí ya casi no nos conocen, que ya no tienes edad para hacer botellón en la ermita, ni para imitar a Chayanne en la discoteca, que no conoces a la gente joven que hace lo que tú hiciste a su edad. Y que los abuelos se marchitan.


Y una mañana, el teléfono sonó demasiado temprano. A la carrera me duché, me vestí y acerté a meter algo de ropa limpia en una maleta. Tomé un taxi hasta la Estación Sur, donde me encontré con mis primos: él parapetado tras sus gafas de sol; ella, tras su pelo y sus palabras. Y los tres hicimos uno de los viajes más tristes de nuestras vidas, aunque no hablásemos del tema, e incluso a veces, nos riésemos a carcajadas.


Y ya en el pueblo, llantos amargos, antiguos. Ayes, lamentos, recuerdos. Olor a incienso, vecinas. Curas, una gran caja, más llantos. Rabia hacia los curas, paseo hacia el cementerio. De vuelta, comida en familia, pero ya nada volvió a ser igual.


A veces es difícil comprender el final de un ciclo, y otras no queda más remedio. Lo peor de conocer a la muerte de cerca es precisamente eso, que ya no se va. Ya estás seguro de que existe, y pronto les tocará a otros -¡y a otras!-, y será todavía más duro. Y es inevitable imaginar cuando venga a por ti, y sean otros los que te lloren, te recuerden, te elogien, lleven tu caja a la vista de todo el mundo, sientan rabia hacia los curas y se emborrachen en tu nombre.


Mañana volveré a coger un autobús solo, y haré el mismo camino que aquella mañana. Y me da un poco de miedo.


Fotografía extraída de organizados.blogsome.com

lunes, 18 de mayo de 2009

Recordatorio

Desde En el tejado de una (p)risión quiero recordar a todos los lectores del blog -anónimos y confesos- dos aspectos, a saber:

La encuesta que decidirá el tema del primer post del mes de junio. Sólo tienes que escoger la opción en la parte derecha del blog. Si la encuesta termina en empate, como es el caso hasta ahora, me comprometo a aunar todos los temas en el mismo post. Es una lástima, pensaba que podía añadir a la lista más opciones sobre la marcha, pero no es posible, así que la suerte está echada. Además, votar es gratis, y combate el colesterol.

El sorteo de dos entradas gratis para el Parque de Atracciones entre todos los presidiarios, para lo cual es imprescindible pinchar en el botón Seguir, también en la parte derecha del blog. El ganador no tiene la obligación de ir conmigo al Parque, pero vamos, sería un detallazo. Las bases del sorteo están depuestas ante notario.

Gracias.

¿Cuándo?

- ¿Y tú cuándo supiste que eras gay?

- Mira... Yo ligaba con chicas más que cualquiera de mis amigos. Con dieciocho años, estaba con dos chicas a la vez, Marina y Gloria. Una noche, currando en el bar, estaba limpiando la barra, y me dio por pensar. Sí, si, por pensar, a ver qué te crees... No podía seguir en aquella situación, para mí suponía mucho estrés, había días que quedaba primero con una y luego con la otra, las dos sospechaban. Pero la dos follaban de vicio. Con Gloria me encantaba salir de juerga, bailar, desatarme. Pero, aún hoy, echo de menos aquellas conversaciones con Marina a la luz de las velas en su casa. Además, tenía más dinero que Gloria, menos preocupaciones. No obstante, la manera que Gloria tenía de ver el mundo me fascinaba. Aunque, en el fondo, las dos me aburrían. Así que dije: si la primera persona que entre en el bar es una mujer, me quedo con Marina; si es un hombre, me quedo con Gloria.


- ¿Y...?


- Pues que entraste tú, idiota.


Y ambos se fundieron en un profundo beso.





Fotografía extraída de photobucket.com

jueves, 14 de mayo de 2009

Encuesta


Tú haces En el tejado de una prisión.


Te ofrecemos la posibilidad de participar en una encuesta para decidir el tema del primer post del mes de junio. Sólo tienes que escoger la opción en la parte derecha del blog. Si ninguna de las que he propuesto es de tu agrado, puedes dejar un comentario en este post proponiendo tu alternativa, y la incluiré en la lista en cuanto lo lea.


Gracias por leerme.
Fotografía extraída de eloymcebrian.blogspot.com

La Copa del Parásito

Valencia, diez menos algo de la noche. Athlétic Club de Bilbao y F. C. Barcelona se preparan para disputar la final de la Copa del Rey. Ambos equipos se la merecen, opino. Cuando los monarcas hacen acto de aparición, la mayor parte de las dos aficiones silban; cuando suena el himno español y los jugadores se cuadran como militares, los pitos aumentan. TVE lo censura, pero los hechos se filtran al día siguiente -hoy-.

¿Falta de respeto? Hablan de nacionalismo. Yo no soy nacionalista, pero tampoco monárquico. El Marca clama al cielo. ¿Es obligatorio ser partidarios del Borbón? ¿Dónde queda la libertad de expresión? ¿Es necesario enderezar la espalda cuando suena el himno? En un campo de fútbol -paso mucho tiempo en uno de ellos- el público es soberano, aplaude y silba lo que cree oportuno. Va en el precio de la entrada. ¿Hay que ceñirse a lo que se ve en el terreno de juego? No lo creo, a menudo los pitos van dirigidos no sólo a los jugadores rivales, sino también al palco. Y si en el palco está Juan Carlos saludando con su manaza, chupando cámara, puede recibir vítores o abucheos, y las dos cosas son legítimas.


Otra cosa es proferir insultos racistas: nadie, por el hecho de ser negro, merece escuchar a varios energúmenos imitar el sonido del mono. O exclamar al unísono: Juan Carlos, cabrón, saluda al campeón. ¿Pero acaso hay que adorar al Rey allá por donde va? ¿No se puede expresar el reproche a la monarquía, a la marcha militar que es el himno de nuesro país, en forma de silbidos?


No se deben mezclar fútbol y política, dicen algunos. Por mí, perfecto. Que la Copa del Rey se suprima, que pase a llamarse Copa de España, y que no la entregue Juan Carlos (se están mofando de ti), sino el presidente de la federación, que menudo individuo también, pero al menos se trata de un cargo electo, no una "burda imposición apolillada".


País...

La vereda de la puerta de atrás

Si no fuera

porque hice colocado el camino de tu espera

me habria desconectado.

Condenado a mirarte desde fuera

y dejar que te tocara el sol.


Y si fuera

mi vida una escalera me la he pasado entera

buscando el siguiente escalón.

Convencido que estás en el tejado

esperando a ver si llego yo.


Y dejar de lado

la vereda de la puerta de atrás

por donde te vi marchar.

Como una regadera

que la hierba hace que vuelva a brotar

y ahora es todo campo ya...


Sus soldados

son flores de madera y mi ejército no tiene

bandera es solo un corazón.

Condenado a vivir entre maleza,

sembrando flores de algodón.


Si me espera

la muerte traicionera y antes de repartirme

del todo me veo en un cajón

que me entierren con la picha por fuera

pa' que se la coma un ratón.

Y muere a todas horas

gente dentro de mi televisor

quiero oír alguna canción

que no hable de sandeces

y que diga que no sobra el amor

y que empiece en sí, no en no.


Y dejar de lado

la vereda de la puerta de atrás

por donde te vi marchar.

Como una regadera

que la hierba hace que vuelva a brotar

y ahora es todo campo ya...


Dices que a veces no comprendes que dice mi voz.

Cómo quieres que este dentro de tu ombligo,

si entre los dedos se me escapa volando una flor

y ella solita va marcando el camino.


Dices que a veces no comprendes que dice mi voz.

Cómo quieres que yo sepa lo que digo,

si entre los dedos se me escapa volando una flor

y yo la dejo que me marque el camino...

21 años

Hubo un tiempo en que todo giraba alrededor de un balón, unos hamsters y unos cuentos de Barco de Vapor de color naranja, aunque los recomendados para su edad eran los azules. Su madre sólo vivía para él y sus palabras eran la única verdad sobre la faz de la tierra. Ni siquiera había llegado a plantearse nunca por qué motivo sólo estaban su madre y él, por qué faltaba su padre. Aquel niño se había criado sin padre lo mismo que otros niños se crían sin play station, y no había resultado traumatizado. No le importaba que su madre evitase el momento de hablar del tema, y comprendía a la perfección que fuese una situación incómoda para ella. Además él sabía cuándo no debía molestar.

El tiempo pasó lentamente, como pasa el tiempo cuando somos pequeños, y un buen día, el niño, ya con 15 años, intentó dar con el teléfono de su padre. Lo buscó en la guía, y una tarde se decidió a llamar. Después del cuarto tono siempre salía la misma voz encarnada en un contestador, demasiado grave para ser de mujer, y demasiado aguda para ser de hombre. El chico probó también a llamar al día siguiente, y la misma voz inexpresiva lo volvió a invitar a dejar un mensaje. Él volvió a rechazar la propuesta. Lo que no puedo evitar fue imaginarse a su padre. Intentó hacer un dibujo inspirado en viejas fotos y una cinta de VHS, coloreado con lo que le habían contado algunos familiares, y con la voz que había escuchado dos tardes seguidas por teléfono.


El verano pasó de forma fugaz, como pasan los veranos cuando somos pequeños, y nuestro amigo no faltó a su cita con el teléfono ni un solo día. Únicamente una vez se atrevió a dejar un mensaje: "soy yo". No pudo decir la palabra papá porque le parecía extraño pronunciarla por primera vez después de quince años.Los veranos siguieron pasando... Es curioso cómo varía la percepción del tiempo dependiendo de la edad que tengamos. Un día, precisamente cuando nuestro amigo cumplía 21 años, sin saber por qué, volvió a recordar aquel verano en el que, en cuanto se quedaba solo en casa, marcaba el número que había extraído de la guía y escuchaba aquella voz. Y esa misma noche se atrevió a llamar de nuevo. Sonaron cuatro tonos... y un quinto. Y la misma voz del contestador habló para decir algo distinto a lo que nuestro amigo escuchó aquel verano, el verano de sus 15 años.

- ¿Sí?

El chico experimentó el más acusado nerviosismo de su vida, y se escuchó decir:

- ¿Está Luis?

Tras un silencio, la voz dijo:

- ¿Luis? ¿Qué Luis?

- Luis... Pérez.

- ¿Quién lo pregunta?

El cerebro del joven pensó: tu hijo. Su boca pronunció:

- Un buen amigo.

- Lo siento, pero el señor Luis murió hace cinco años en un accidente.


En ese instante el mundo se paró. Nuestro amigo no sabe cómo, pero a los pocos a los que cuenta esta historia, les dice que miró por la ventana y los autobuses rojos estaban quietos. La gente que cruzaba la calle se había quedado inmóvil. El reloj de su cuarto marcaba las 21:49 irremediablemente.

- ¿Sigue ahí?

Sólo cuando comenzó a hablar, nuestro amigo pudo ver cómo los cláxones resonaban de nuevo sobre el asfalto, y su reloj daba las diez menos diez. Pensó: diez menos diez no es nada.

- Sí... lo siento, me ha impresionado.

- Lo comprendo. Yo soy su mujer, ¿le conozco?

De nuevo el ruido de la calle cesó y el tráfico volvió a detenerse. Una vez más, cuando volvió a hablar, las cosas volvieron a la normalidad.

- Me temo que no... Es sólo que tenía algunas cosas para él, y preferiría que se las quedara usted.

La mujer tardó en contestar pero finalmente accedió. Le dio su dirección, que quedaba en la otra punta de la ciudad, y el chico se dirigió hacia allí con una mochila. El tiempo que pasó viajando en metro le pareció increiblemente corto.


Llegó ante el portal, y llamó al timbre. La puerta se abrió con un graznido sin que nadie contestase al telefonillo. Subió las escaleras hasta el tercer piso, y se acercó a una puerta entreabierta. Llamó prudentemente con el dorso de la mano, y una señora de unos cincuenta años apareció en el marco mirándolo como si no esperase su visita. Finalmente dijo con voz grave:

- Te imaginaba más mayor, ¿cuántos años tienes?

Cuando iba a contestar, percibió cómo el rictus de su anfitriona se congelaba. Abrió la boca para decir su edad, pero se contuvo. Miró su reloj y el tiempo estaba, una vez más, detenido. Sin tocar a la mujer, la rodeó, y se adentró en su casa. Avanzó por un pasillo y llegó al salón, donde contempló las fotos de la pared, y las estanterías, y las mesillas... En ellas vio a su padre y a aquella mujer, bastante más jóvenes. Calculó que deberían tener unos treinta años. Echó cálculos y concluyó que por aquellas fechas, él mismo debería haber nacido ya. Dedujo que su padre estaba casado con otra mujer, la que le había abierto la puerta, y no con su madre. Abrió la mochila y dejó encima de la mesa la cinta de vídeo y las fotos en las que su padre aparecía solo. Volvió a sortear el cuerpo inerte de la mujer, y salió a la calle. Hizo el camino de vuelta andando, admirando cómo las personas eran estatuas, cómo ningún reloj osaba avanzar. De camino a casa fue pensando en todo. Se dio cuenta de que había estado imaginándose la vida de un muerto. Se dio cuenta de que su padre ni siquiera supo que tenía un hijo, de que su verdadera vida estaba lejos de su madre y de él.


Se sintió como si de repente supiera lo que es una play station, y nunca hubiera podido jugar con una. Se sintió idiota, y desgraciado, en medio de la Gran Vía. Se paró en seco. Caminó hasta ponerse ante un autobús y sólo entonces dijo:

- Veintiún años.


Fotografía extraída de anaisay.wordpress.com

lunes, 11 de mayo de 2009

Risión cumplida

Vídeo montado y producido por En el tejado de una prisión.

Te pintas la cara, te pones muy mona: PINTAMONAS

Menuda monada, pero dentro, nada

Menuda monada, pero dentro no hay nada

Zoquete, zoquete, zoquete...

Qué te he hecho yo, caramba,

carámbanos en tu alma,

almacen de nada.

menuda monada, pero dentro nada.

Te lavas, te peinas,

te vistes te arreglas,

te pintasla cara, te pones muy mona:

PINTAMONAS.

Zoquete, zoquete, zoquete...

Qué te he hecho yo, caramba,

carámbanos en tu alma,

almacén de nada.

Menuda monada,

pero luego, nada.

Mamá Ladilla

Por esto somos del Atleti

domingo, 10 de mayo de 2009

Domingo en Usera

Son las nueve de la mañana. Un fin de semana más, el salón de casa está atestado de gente que no conozco. Dan palmas, cantan, su felicidad se filtra a través de las paredes colándose en mi habitación. Conciliar el sueño es imposible, y esta tarde tengo que trabajar, así que lo mejor será ducharse y salir.

Busco la paz en la calle: mi barrio está muerto durante toda la semana, pero llegado el domingo, el cadáver se descompone. Un hombre con pantalón de chándal y camisa remetida, avizora la calle como un perro de presa mientras blande el ABC; una sudamericana arrastra por el collar al perro de la familia para la que trabaja, y lo ata con saña a una farola; un hombre sin piernas pide limosna a la puerta de una pastelería, sin otro consuelo que dejarse embriagar por el olor que emana de la tienda; tres jóvenes, ataviados con camisetas del Atleti, deambulan cabizbajos en torno al Manzanares; una pareja discute a gritos y ella estampa el móvil contra el suelo cuando paso a su lado; numerosos jubilados se desplazan lentamente por las aceras tratando de distinguir si el semáforo está en rojo o en verde; una veinteañera, con trazas de no haberse acostado aún, hace equilibrio sobre sus tacones, el bolso pendulante a un costado; un gitano intenta arrancar su furgoneta; un muchacho pierde por poco el autobús, y fija en mí su mirada, furioso; un niño se cae de la bici y llora tendido en el suelo; un negro corre hacia Pirámides mientras un gran fardo de cedés rebota en su espalda.

Me siento en un banco sobre el puente de Toledo, de cara al Manzanares, y sin quererlo empiezo a tararear canciones blandurrias; el río es una mancha verde, viscosa, una amalgama de suciedad y vegetación estancada que avanza sin prisa hacia ninguna parte, y me recuerda a mí; no hace frío, ni calor, ni llueve: el cielo es un cerrojo gris, como grises son los domingos en Usera.

Y sí, a veces es inevitable estar triste.


Fotografía extraída de fuenterrebollo.com

sábado, 9 de mayo de 2009

A todos los seguidores de En el tejado de una prisión

Justo en la parte derecha de la pantalla principal del blog podéis ver las bases del sorteo de dos entradas para el Parque de Atracciones.

Si el 31 de mayo la cosa sigue igual, las dos entradas están adjudicadas...

Tú tampoco eres nadie


Perdón por mis errores (ya no sirve de nada),
aunque son muchos menos de los que tú te crees.
Perdón por las mentiras, las palabras gastadas,
los chats y los perfiles. Perdón por lo que lees.
Perdón por permitir que el dios de la rutina
robara en cada esquina mis ganas de salir.
Perdón por intentar quedar con otras tías,
alimentar mi ego, y luego, no acudir.
Es sentimentaloide el blog, como mi alma.
Es triple, que no doble, mi personalidad.
Perdón por conocerte, por perturbar tu calma,
por no garantizarte una exclusividad.
Ya ves, me sobran huevos, que sepa todo el mundo:
soy un ser iracundo, jamás viví en Berlín,
flirteo con chiquillas, pero luego me hundo,
tampoco soy profundo y me pierdo por Madrid.
También pido perdón por gastarme el dinero
-¡que sepa el mundo entero!- en llevarte a cenar;
por invitarte al cine, por pensar que en tu pelo
podría construirme un camino hasta el final.
Perdón por todos esos pensamientos obsesos
que crees que ni un psiquiatra podría reciclar.
Perdón por machacarte en nuestro Ranking de Besos
(perdón por escribirlo, no lo pude evitar).
La vida, como tal, lecciones nos enseña:
yo estaré medio loco, pero tú no eres Dios.
He de modificar todas mis contraseñas.
No tienes el derecho a entrar en mi interior.
Tendré, pues, que cambiar todas las cerraduras
-virtuales y del alma-. No paro de sufrir:
ayer vi rebuscar a un perro en la basura
y no pude evitar acordarme de ti.
Olvídate de mí. Ayer te desahogaste,
dijiste lo indecible, me odias, soy un fraude.
Pero al hurgar en mi móvil no lo dudaste
-ni en el ordenador-. Tú tampoco eres nadie.
Nota explicativa: No voy a publicar tus comentarios, en los cuales alardeas de tener información privada que nunca debió pertenecerte. No quiero repetir lo que ya he dicho, pero, como ves, me sobran cojones para reconocer mis errores, en el blog y donde sea. Aún así, si crees que tenías derecho a meterte en el correo de la gente, estás equivocada. Lo mejor de todo es que, en el fondo, si me quedaba algún atisbo de culpa, te has encargado de borrarlo por completo. Si tienes algo de vergüenza, la próxima vez, cíñete a encontrar la mierda que buscas. Las cosas que ni te van ni te vienen, ten la decencia de no leerlas.

jueves, 7 de mayo de 2009

El brillo taimado de tus ojos

Qué mejor manera de rematar lo lisérgico del día de hoy que abrir el tuenti y encontrármelo de bruces; y caer, y volver a revolcarme en aquel mundo de vino y césped, y clavarme el poema en el costado, con toda su inocencia. Con su última estrofa, que todos estos años me ha abrasado la punta de la lengua, sin llegar a aparecer. Con su comienzo eterno. Con su halo de pureza, incorrupto ante el tiempo, brillando como un faro intermitente en la penumbra. Es grandioso volver a leerlo.

A ella:


El brillo taimado de tus ojos,

Reluciente fanal de madrugada,

Puso en duda mi idea equivocada:

No sé si eres real o un sueño roto.


Iba a oscuras, buscando la salida

De la maraña en que atrapado estaba;

Las sombras del pasado me acosaban.

Cuando tú me encontraste, aún huía.


Te encontré; por fin hallé tus ojos.

Te encontré asomada a una ventana:

Por una vez sé que no me equivoco;

Por una vez, sincera es mi mirada.


Un día te irás, quedaré abandonado,

Pero hasta que ese día fatal llegue

Yo te tendré temblando entre mis brazos.

Tú me tendrás pensando si me quieres.


Fotografía extraída de jspino.wordpress.com

Tú, juez; yo, preso

Cuando escribí mi primera poesía era aún muy pequeño. Recuerdo que fue para un trabajo del colegio, y rimé pisotón con balón, y amarillo con potrillo. Mi madre corrigió aquel poema antes de que lo entegara en clase, y me dijo: Ahora falta darle sentido a lo que quieres decir.

Pero por aquel entonces -era un chiquillo- yo no tenía nada que decir. No tenía inquietudes, ni penas, ni más alegrías que salir al parque a jugar. Y no fue hasta varios años después, al cumplir los quince, cuando le dediqué mi primera poesía a mi primera novia. Empezaba así:

"El brillo taimado de tus ojos,

reluciente fanal de madrugada,

puso en duda mi idea, equivocada:

no sé si eres real o un sueño roto..."

Creo que nunca escribí nada tan puro como aquello. El poema continuaba unas cuatro o cinco estrofas más. Algunos versos aún los recuerdo -"cuando tú me encotraste, aún huía / del laberinto en que atrapado estaba"-, sueltos, y a veces se aparecen en mi mente, aunque no consigo emparejarlos, ordenarlos, hacerlos rimar de nuevo. Me acuerdo incluso de haberlos escrito a mano en un folio y habérselo entregado a aquella chica. Antes, cuando no había ordenadores, los humanos escribíamos a boli, firmábamos de puño y letra, y dibujabamos lo que se nos antojaba en los márgenes.

Esa fue la primera poesía. Aunque hubo más, sólo me viene a la memoria el comienzo de ésta. Siempre he necesitado escribir, mucho más que hablar: te desahoga igual, y no te oye más que quien tú quieres. En aquella época de mi vida, agasajé a mi novia con poemas. Desconozco si aún los guarda.

Por mor de las redes sociales, sí, he dado con ella después de 10 años sin vernos, sin coincidir de casualidad en ningún bar, sin tener ningún amigo común. En seguida comprendí que nuestros caminos han sido diametralmente opuestos. Ella oposita para juez -su padre era abogado-, y yo estoy más cerca de ser juzgado que de acabar la carrera. Algunas veces, durante, unas décimas de segundo, envidio a aquellos que tenían su vida planificada desde los quince, y van cumpliendo paso a paso unos objetivos grabados a fuego en la conciencia. Acto seguido sonrío, repaso mi vida, miro al confuso horizonte que se extiende todavía ante mí, e imagino tu nómina, tu adosado, tu hipoteca, las ocurrencias de tu novio facha que se ríe de los progres -progresar es el antónimo de retroceder-, imagino a tu golden retriever corretear entre tus hijos, vestidos iguales, imagino tus viajes lujosos, tus brindis, tus lecturas, tus cenas en familia. Tu visión del mundo.

Y me imagino a mí mismo, después de haber cometido un delito contra la salud pública -o privada-, saliendo del calabozo y entrando a tu juzgado. Te imagino a ti, con una peluca blanca y un martillo, juzgándome y condenándome, después de haberte comprado algo en Blanco, o en Bershka, y antes de que vayas en taxi a cenar al más lujoso de los restaurantes. Nunca creí en la justicia como valor universal, pero creo mucho menos en la justicia y los valores que se me cuelan en casa cada vez que, por error, enciendo la televisión.

Intercambiamos unas pocas palabras -de esto hace varios meses y no he vuelto a saber de ella-, nos contamos un poco de cada uno, y ambos extrajimos la misma conclusión: tú vas para juez; y yo, para preso. Quizás estaba escrito.

Fotografía extraída de nidodeviboras.blogia.com

lunes, 4 de mayo de 2009

Nos vimos en Berlín

(El mensaje de esta canción va dirigido exclusivamentea los opresores del pueblo palestino)

Qué vueltas da la vida, pero qué haces tú aquí

¿es que ya no te acuerdas? nos vimos en Berlín

Fue una madrugada de aquel invierno hostil

en una mazmorra, a punto de morir

no sabes si llorabas de rabia o de dolor

yo vi caer tus lágrimas entre sangre y sudor


Fue sólo ayer, cuando el nazi disparó en tu sien,

sólo ayer, el campo de concentración, si fue

sólo ayer, tortura y persecución

fue sólo ayer, suplicando de rodillas tu perdón.


Ahora quién, quién es el asesino.

Ahora quién, quién mata sin razón.

Ahora quién, utiliza las torturas.

Ahora tú, judío cabrón!


Qué vueltas da la vida, pero qué haces tú aquí

¿es que ya no te acuerdas? nos vimos en Berlín

Fue una madrugada de aquel invierno hostil

en una mazmorra, a punto de morir

no sabes si llorabas de rabia o de dolor

yo vi caer tus lágrimas entre sangre y sudor

judío cabrón!


Soziedad Alkoholika

"Como los estudios universitarios, la muerte y las pollas largas..."

"Siempre he sospechado que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte y las pollas largas. Los seres humanos elevamos ciertos tópicos a las alturas para esquivar la poca importancia de nuestras vidas. De ahí que la amistad aparezca representada como pactos de sangre, lealtades eternas e incluso mitificada como una variante del amor más profunda que el vulgar afecto de las parejas. No debe tan ser tan sólido el vínculo cuando la lista de amigos perdidos es siempre mayor que la de amigos conservados. El padre de Blas solía decirnos que la confianza en los otros era un rasgo del débil, pero claro, cualquier asomo de humanidad era para él poco menos que una mariconada. Coronel en la reserva de consentida inclinación nazi, no concedíamos demasiado valor a sus opiniones. En el fondo sonaba más sabio lo que tirado en una taberna nos gritó un día: “Yo a mis amigos no les cuento mis penas; que los diverta su puta madre. La amistad siempre me ha parecido una cerilla que es mejor soplar antes de que te queme los dedos y, sin embargo, aquel verano no habría podido concebir los días sin Blas, sin Claudio, sin Raúl."

Fragmento extraído de Cuatro amigos, de David Trueba

Lidl

Algunas noches me despierto entre sudores, y miro con recelo al otro lado de la cama, por si el calvo del Lidl está ahí, acechando en la ocuridad, debajo de mis mismas sábanas, susurrándome al oído la temperatura de mis pies.

¿Cómo puede ese hombre coger un queso entre sus manos como si fuera un balón de reglamento, apretarlo brevemente y exclamar: Oye, qué bien curao? O ir por el huerto, acercarse a un trabajador y espetarle: Jose, éstos no son como los del otro día. ¿Pero qué otro día, por dios? Y va Jose, que si te fijas es Lorenzo Milá, coge un melocotón ¡del árbol de al lado!, de la misma cosecha, se lo da al calvo, que lo huele y dice: Éstos son perfectos: a Lidl. Después, no contento con eso, en lo que parece un matadero de cerdos, un mozo le muestra una pieza de carne roja. El alopécico le echa una breve ojeada, la olfatea y replica: Tiernísimo. A Lidl. ¿Ésos son los controles de calidad que pasan los alimentos en estas tiendas? ¿Va un señor oliendo melocotones, apretando quesos o husmeando trozos de cerdo sin ponerse una triste mascarilla?


Maldita sea, cómo puede un hombre ofrecer tan poca credibilidad al hablar de la calidad de los productos de un supermercado. Todos hemos ido a un Lidl. ¿Qué venden allí? ¿De dónde sacan esos postres, esas cosas que son una mezcla entre la tradicional Copa -de nata y chocolate-, pero con yogur, crema de helado y tropezones de frutas? Esos chocolates, esos cereales. No conoces ninguna marca de las que hay. Es barato, sí, pero extraño. Además, en el Lidl de mi barrio refulge hermosa al sol de la mañana una placa que conmemora la obtención del insólito récord de tener en nómina a la cajera con las uñas más largas de todos los supermercados de Usera. Es una mujer simpática, pero te da el cambio como lo haría Eduardo Manostijeras.


No sé, me inquieta el Lidl, no estoy a gusto en sus pasillos, ni en mi propia cama.

miércoles, 29 de abril de 2009

Capítulo 68

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Texto extraído del libro Rayuela, de Julio Cortázar.


Reproducción del cartel del 12º Festival de Cine Erótico de Barcelona.

Padre

Padre, soy pajillero, maricón y drogadicto,


bakalaero, okupa, rojo, puta y bizco.


Punki, negro y de Alcorcón.




Padre, no sé estudiar, soy pecador de la pradera,


soy un truhán, soy un señor, soy un hortera.


Y además no creo en Diós


Absolución,


absolución.




Padre, soy vago, quinqui, camarón, vasco y moraco,


contradictorio, macarrón, libre y polaco,


paranoico y desertor,


paranoico y desertor.




Padre, soy soplapollas, tengo miedo, estoy cansado,


no soy machista, ni europeo y menos, ario.


Y tampoco creo en Dios no creo en Dios no creo en Dios, no,


absolución, absolución, absolución...




Padre, no sé estudiar, soy pecador de la pradera,


soy un truhán, soy un señor, soy un hortera


y además no creo en Dios, no creo en Dios,


no creo en Dios, no creo en Dios, es lo que tengo,


absolución, absolución...





Javier Álvarez

Tengo


Tengo una faltriquera repleta de universos,

instrumentos angostos que se mueren de pena,

los cuadros sin colgar, hachís y algunos versos,

ropas que se entremezclan en un suelo de arena.


Tengo sobras de ayer, en fin, el rostro oscuro,

y la barba creciente, y el corazón menguante,

chicles por la mitad, un sujetador tuyo,

partida la ilusión, ganas de llegar tarde.


Tengo algunos amigos que no me llaman nunca,

el armario del alma, revuelto como el mar,

el sol en la ventana, ¿cuánto pesa la culpa?

Cojines por trinchera, de humano algún disfraz.


Tengo un nudo en mi voz, atado el pensamiento,

el eco de un lamento golpeando la ventana,

el cuerpo a contraluz, vacío el pensamiento,

los párpados hinchados, ¡que llegue ya mañana!


Fotografía extraída de astro-web.com

domingo, 26 de abril de 2009

Javier y Ambrosio

Como tantas mañanas, me desperté antes del alba, desvelado por los sollozos que provenían del resto de celdas. De la nuestra, nunca, durante el tiempo en que estuvimos dentro, pudo nadie escuchar un solo lamento. Al contrario, era cotidiano oírnos reír, o entonar alguna canción durante la noche, entre susurros, para no alertar a los vigilantes. Alcé los ojos y ahí estaba Ambrosio, despiojándose. Sentado sobre un extremo del camastro que compartíamos, se había quitado la camisa ajada y mataba uno a uno los piojos que iba encontrando. Con el tiempo, nos acostumbramos a la convivencia con los insectos: todos los que habitamos la 2ª galería del Penal del Puerto de Santa María a finales de los años 30 terminamos contagiados. Meses después, se extendió por toda la cárcel el piojo verde, una variedad del mismo animal, que los funcionarios trataban de neutralizar a base de zotal, hasta dejarnos la piel en carne viva. Ambrosio y yo teníamos la misma edad, aunque él parecía varios años mayor que yo. La calvicie iba apoderándose de su cabeza, y las arrugas surcaban su rostro con más profundidad que el mío. Es porque me río más que tú, solía decirme. A pesar de todo, Ambrosio seguía empeñado en despiojarse a mano. Pero, aquella mañana, había algo más en el rostro de mi camarada. Apretaba los labios fuertemente,y contraía la nariz como un jabalí, mientras acababa con los insectos poco a poco. Lo observé en silencio unos segundos, puede que un minuto completo, sin que él advirtiese que me había despertado. Los dos estábamos condenados a muerte. Cada noche fusilaban a decenas, cientos de presos políticos, como nosotros. Ahora, en la 2ª galería, las torturas habían finalizado -aunque los presos que acababan de llegar, lacerados, procedentes de otros módulos, aún gimoteaban días enteros-, pero cualquier mirada, cualquier abrazo, cualquier gesto podía ser el último.
- Buenos días, Ambrosio -dije, incorporándome.

- Buenos días -hizo un intentó por cambiar la expresión de dolor de su rostro, pero fue en vano.

- ¿Matando piojos?

- Los que se dejan.

- ¿Por eso pones esa cara?

Sólo pudo mirarme con los ojos más tristes que he visto en mi vida.


Comíamos en la misma celda, en una bandeja de hierro que contenía un caldo de verduras aguado y un amasijo de pan que rasgaba el cuerpo por dentro cuando lo ingeríamos, pero aún así esperábamos con ansia nuestra ración. Pasábamos los días en aquella celda, tan sólo nos dejaban salir una hora por las mañanas. Al cabo de pocos días, Ambrosio decidió no acompañarme al patio.

- Todavía tengo sueño -mintió.

Le costó admitir que estaba enfermo. Vivíamos en condiciones tan precarias, nos habían humillado tanto y de tantas formas, nos habían herido, nos habían condenado a muerte. Pero nosotros, Ambrosio, y yo, y los que estábamos encarcelados por motivos políticos o ideológicos, teníamos la obligación moral de no bajar los brazos, de no decaer. De no sucumbir a sus torturas, de no venirnos abajo. Y admitir que la enfermedad ha hecho mella en nosotros es el primer paso antes del final.


Ambrosio yacía en el camastro, con un jirón de mi camisa empapado en agua sobre la frente, los ojos entornados, el cuerpo ardiendo. El funcionario se acercó por el pasillo con nuestra bandeja de comida.

- ¿Ése por qué no se levanta?

- Está enfermo, y no hay plazas en la enfermería -el hombre frunció el ceño, pero depositó la comida en el suelo y se marchó. Medité unos instantes, y antes de que hubiera desaparecido, llamé de nuevo al guardia. Le ofrecí mi reloj de plata a cambio de que consiguiera una plaza para Ambrosio en la enfermería. Nunca más volví a verlo, ni a él ni al reloj.


Mi camarada solía tener pesadillas. A menudo me despertaba con sus delirios, provocados por la acuciante fiebre que lo asolaba. Yo intentaba calmarlo, y muchas veces lo conseguía. Al cabo de una semana, la boca se le llenó de llagas, y apenas podía articular sonidos inteligibles. Era evidente que teníamos que hacer algo pronto. De repente, apareció el funcionario turno con la comida. Llevaba varios días cediéndole mi ración a Ambrosio, para que se recuperase antes. Cuando el guardia asomó su bigote entre las rejas, le pedí:

- La mía y la del enfermo.

- Como siempre...

- Perdone, ¿es posible que lo vea un médico? Casi no puede hablar, tiene fiebre desde hace días, le cuesta caminar.

- Las plazas están cubiertas, no hay sitio en la enfermería.

- El doctor Sánchez está en la cuarta celda, él mismo puede echarle un vistazo.

Pero el funcionario se dio la vuelta y nos abandonó en la oscuridad. Una lágrima rodó por mi mejilla cuando escuché a mis espaldas la voz amortiguada por las llagas de Ambrosio dándome las gracias.


Una noche, mientras dormía en el suelo -le había cedido el camastro por completo a Ambrosio-, escuché cómo hablaba en sueños. Repetía el nombre de su mujer una y otra vez, y movía la cabeza de un lado a otro.

- Ambrosio -traté de calmarlo-, tranquilo. Ambrosio...

Pero aquélla fue su última pesadilla. Le cerré los ojos, lo cubrí con la manta hasta el cuello. Ninguno de los dos creíamos en dios, así que, en lugar de rezar, entoné entre llantos una de las canciones libertarias que solíamos cantar cuando éramos libres. A la mañana siguiente, como cada día, el funcionario nos trajo la comida. Antes de que pudiera hablar, el tipo escupió:

- La tuya y la del enfermo, como siempre, ¿no?

- Sí -dije instintivamente.

Y me quedé a solas, con los dos platos de comida. Y mi amigo muerto a mis espaldas.


Sé que fue ruin, mezquino, inhumano, deplorable. Digno de un enfermo. Pero la sola idea de tener doble ración de comida todos los días aumentó el plan que, involuntariamente, acababa de trazar. Cubrí a Ambrosio con la manta hasta dejar a la vista únicamente los ojos cerrados, y coloqué el paño extendido sobre la frente. Empujé el camastro hasta colocarlo al fondo de la celda, entre las sombras. Después devoré mi pan como un perro, sorbí el caldo, mastiqué con vehemencia un trozo de rábano manido. Después, entre lágrimas, hice otro tanto con la ración de Ambrosio.


Al cabo de cuatro días, la celda desprendía un fétido hedor que había llamado la atención del resto de presos. El guardia de turno, que apareció con la bandeja de comida, dio parte al Director de la prisión. Al poco, tres funcionarios acudieron con mascarillas, un cubo de agua y un pulverizador de zotal, y descubrieron a Ambrosio muerto.


Ésta, y sólo ésta, es la verdadera razón por la que me encuentro encerrado aquí, en este manicomio. Nunca podré vivir con la culpa de no haber dado, como merecía, sepultura a mi amigo, mi camarada. Mi hermano. Así sucedieron los hechos, madre, no como te ha contado la policía. Aún así, hoy termina nuestro sufrimiento, el tuyo y el mío. Y no quiero lágrimas. Acción es lo que necesita la juventud y la clase obrera.


¡Que seas feliz!


Javier


Nota de suicidio hallada junto al cuerpo sin vida del interno 216.499, en el Hospital Psiquiátrico de Madrid.


La fotografía está extraída de baixaki.com.br
El texto está inspirado en el libro Decidme cómo es un árbol, de Marcos Ana.