jueves, 4 de agosto de 2011

15-M: del entusiasmo al poliflautismo


Del entusiasmo del principio pronto se pasó al hartazgo, cuando se advirtió que el movimiento de los poliflautas no era más que una pantalla de la extrema derecha para esconder su delirante programa político.


A punto de cumplirse dos días del inicio de las masivas acampadas en la Puerta del Sol, el Kilómetro Cero de la capital ha vuelto a amanecer tomado por los poliflautas indignados. Aunque un pequeño reducto de poliflautas ha permanecido desde el pasado día 15 de mayo en la plaza, en los últimos días su presencia se ha incrementado.

Pero en este tiempo el movimiento ha sufrido serias escisiones. Incluso Desalojo Real Ya se ha desvinculado del grupo de acampados que continúan en Sol. A los anti-prosistema, que todavía duermen en las grilleras asentadas en la plaza, generando importantes pérdidas a los comercios, se les han sumado en los últimos dos días decenas de guardias civiles y municipales.



Reyertas

Según informó a LA PANCETA un miembro de la organización, “guardias civiles y municipales trapichean, provocan reyertas y se meten en nuestras grilleras cada noche”. Ese es el panorama en el que se encuentran los poliflautas en el centro de la capital.

Nada queda ya en Sol de aquel germen de revolución que quería cambiar el orden de las cosas con protestas callejeras. Ahora estos nuevos indignados, ahora rodeados de municipales y guardia civiles, se han propuesto un nuevo objetivo: garantizar la visita del Papa a Madrid. Para ello, la organización reivindica en un panfleto que la estancia del Pontífice supone un “ingreso extra” para el Estado, que cifra en 100 millones. http://www.elpais.com/articulo/madrid/Comunidad/cifra/millones/beneficios/visita/Papa/elpepuespmad/20110802elpmad_4/Tes

Los firmantes de ese manifiesto, aclaran que “es la ciudadanía la que debería asumir sus costes”, ya que se trata del jefe de Estado del Vaticano. Desconocen que las Jornadas Mundiales de la Juventud se financiarán con las aportaciones del 70% del fondo público y las de un 30% de trabajadores autónomos y particulares, además de las contribuciones colaterales de colegios y familias.

REFERENCIAS:

Desarrollo Noticia:

http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/sociedad/sociedad/los-indignados-ilegales-toman-nuevo-sol-y-arremeten-papa-20110709

Titular Noticia:

http://www.intereconomia.com/noticias-sociedad/15-m-del-entusiasmo-al-perroflautismo-20110616



jueves, 24 de febrero de 2011

Muchacha en la ventana

1

- Lo has vuelto a hacer.
- ¿El qué?
- Ponerme nerviosa -dijo Eva, y sonrió. Él también lo hizo.
- No te pongas nerviosa, nos conocemos desde hace años, pequeña -la abrazó por la cintura y la atrajo hacia sí. Ella se deslizó sobre las sábanas sin apenas resistencia, y su espalda fue a apoyarse sobre el pecho de Marcos.
- No puedo evitarlo. Cuando me miras, así, tan fijamente a los ojos, pareces querer decirme algo, y no sé qué es exactamente... Bueno, algo sé, pero no estoy segura, y me pongo nerviosa. Me pones -él la besó-... nerviosa.
- ¿Y no sabes lo que te quiero decir? ¿Estás segura?
- No... O sí, no lo sé, pero me da miedo.
Marcos se incorporó sobre un almohadón y encendió un cigarrillo. Eva le dedicó una mirada de desaprobación, pero no dijo nada.
- Pues quiero decirte muchas cosas...

2

- ¡Hoy es el día más feliz de mi vida!
- ¡Sí!
Los dos rieron a carcajadas mientras el coche callejeaba por la ciudad. La música estaba a todo volumen dentro del coche, y aunque las ventanillas estaban subidas, los peatones miraban con curiosidad mientras avanzaban a trompicones debido al atasco. Marta bajó el volumen.
- Me encanta verte tan contento. De verdad, te cambia la cara. No quiero verte triste nunca más.
Él continuó conduciendo sin mirarla, hasta que dijo:
- ¿Vas a hacer muchas fotos a que sí?
- Todas las que pueda. Soy fotógrafa profesional, ¿recuerdas? -se inclinó para depositar un suave beso en la mejilla de Rubén, provocando su sonrisa.
- Es el día más importante de mi vida. Y me alegro de compartirlo contigo. Eres la... persona ideal para ello, me encanta que formes parte de mi vida. Te quiero mucho, Marta.
- Yo también te quiero, moreno.
- Sácame guapo.
- Tú eres guapo.
Rubén se giró y lanzó un beso al aire. Marta lo atrapó con las manos y se lo puso en el corazón.

3

- Quiero decirte que... eres la tía con la que más a gusto estoy.
Eva lo miró. Parecía haber terminado la frase.
- ¿Y...?
- Y cuando estoy contigo, no sé, se me pasa el tiempo volando -Marcos permaneció varios segundos en silencio.
- ¿Y qué más....?
- Y... me paso las horas en el trabajo pensando en ti...
- Marcos, por favor, o me lo dices o no me lo dices, pero no empieces así porque esto parece un interrogatorio.
Marcos la miró, dejó el cigarrillo en el alféizar de la ventana y se giró hacia ella.
- Y no sé qué me pasa, pero cuando miro el teléfono y hay un mensaje tuyo me tiemblan las rodillas, y notó una cosa en el estómago que se parece mucho a un orgasmo. A veces pienso cómo una tía como tú puede ver algo en alguien como yo... No sé qué es esto... A veces me da vergüenza mirarte a la cara de lo guapa que eres -la cogió de las manos-, y no sé explicarme bien, sé que no se me dan bien estas cosas de hablar y... decir lo que pienso. Pero huelo tu olor en todas partes, ninguna otra tía parece estar a tu altura, es algo raro, nunca antes me había pasado.
- No le dé más vueltas. Está usted enamorado -dijo Eva engolando la voz.
- En serio -los ojos de Marcos se tornaron tristes-, hazme caso, por favor.
Ella lo miró con dulzura, puso sus manos sobre las mejillas de él y lo besó en los labios lentamente.

4

- ¿Esa chaqueta es nueva?
- ¿Ésta? Qué va, me la compré cuando estuvimos en Berlín -respondió ella, desabrochándose un botón de forma sugerente
- ¿Y nunca te la había visto?
- Me la pongo sólo en ocasiones especiales.
- Claro... Oye y... crees que saldrá todo bien, ¿verdad?
- ¡Por supuesto que sí! ¡Rubén, cielo, arriba ese ánimo!
- Ay, es que... Ahora no sé si estoy haciendo bien. Yo quiero, pero no sé si voy a ser capaz. Sabes que me bloqueo en estas situaciones. Sabes que es mucha presión, son ya muchos años, tú me conoces, Marta, deberías saberlo. Me entra la tartamudez, empiezo a sudar, sabes que no puedo.
- Pero cariño, ¿no decíamos hace un momento que este era el día más f...?
- ¡Sí, pero eso era hace un momento! ¡Ahora no es el día más feliz de mi vida ni por asomo! ¡No tengo fuerzas para hacerlo! -suspiró entre llantos- Además, contigo haciendo fotos... Creo... Sí, voy a dar la vuelta.
- Para el coche.
- ¿Qué...?
- Que pares te digo.
La mano de Marta desvió el volante, y Rubén tuvo que frenar para no chocar con otro coche aparcado. Al final quedaron en una especie de doble fila diagonal que entorpecería el tráfico en cuanto se abriese el semáforo que acababan de pasar.
- ¿Estás loca?
- Rubén, lo hemos hablado un montón de veces. Mírame... ¡Mírame! Eso es. Respira. Rubén, todo va a salir bien, ¿vale? Lo hemos repasado. Lo hemos ensayado. Nos hemos estudiado hasta las palabras que tienes que decir. ¿Te acuerdas de las Seis Palabras?
- Sí -dijo él entre sollozos.
- Repítelas conmigo...

5

Después del interminable beso, Eva se incorporó y cogió el cigarrillo. Dio una profunda calada.
- Luego me echas la bronca por fumar a mí -dijo él con una sonrisa. Ella se levantó malhumorada de la cama y arrojó la colilla por la ventana.
- Nosotros nunca fumamos en la habitación.
- Ya lo sé. Perdón.
Eva se levantó de la cama y empezó a vestirse.
- ¿Adónde vas?
- Se acaba de parar la lavadora.
Marcos saltó de la cama y aún tardó varios minutos en encontrar sus calzoncillos. Se puso la camiseta al revés y salió de la habitación tras ella. Estaba en la cocina, tendiendo la ropa con movimientos bruscos, visiblemente molesta. Una profunda sensación de ternura se apoderó de él. Quiso abrazarla, besarla, tocarla, hacerle el amor de nuevo. Todos y cada uno de los días de su vida.
- Eva, yo...
Ella se dio la vuelta y tiró contra el suelo unos calzoncillos.
- No lo digas -sus ojos estaban desorbitados-. Cállate. No te enamores de mí. Ese ha sido el trato siempre, no lo vayas a joder ahora, Marcos, por favor -él se aproximó.
- Eva...
- No lo digas.
- Te quiero.
Ambos se fundieron en un haz de besos, y comenzaron a hacer el amor sobre la ventana.

6

- ¡Un sitio!
- Ahí no cabe, tesoro.
- Sí que cabe. ¡Claro que cabe! -ahora Rubén estaba preso de la emoción- Además, tenemos que llegar cuanto antes -se giró hacia ella, la abrazó fuertemente y la besó en la boca.
- ¡Estás loco, Rubén! Estás completamente loco.
- Loco de amor, baby. ¡Completamente loco de amor!
Después de numerosas maniobras, Marta tomó el volante y consiguió aparcar el coche tras romper el intermitente trasero. A Rubén le daba igual, estaba eufórico. Tiraba de la mano de ella, casi arrastrándola entre la gente. Después de varios slaloms y llegaron ante el portal de un edificio de casas bajas. Recuperaron el aliento unos instantes. Rubén fue a tocar el timbre, pero un punzante miedo agarrotó su dedo índice y se volvió hacia Marta.
- Ay, Marta... Ay...
- Otra vez no... A ver... Las Seis Palabritas...
- Ejem... Eva, te quiero. ¿Quieres casarte conmigo?
- Eso es, otra vez...
- Eva, te quiero. ¿Quieres casarte conmigo?
- Muy bien, hermanito, otra vez.
- Eva, te quiero. ¡¿Quieres casarte conmigo?!
- Eso es pequeño, ¡más fuerte!
Rubén comenzó a sonreír mientras repetía aquel mantra ante el portal y empezó a danzar. Levantó los brazos, dio unos pasos hacia atrás y gritó con todas sus fuerzas, en dirección a la ventana del piso su novia...

Reproducción del cuadro Muchacha en la ventana, de Salvador Dalí.

martes, 8 de febrero de 2011

Microenamorarse

No puedo decir que desde que se fue soy más feliz. La felicidad es una forma de ser: o lo eres, o no. No depende de un placer, una situación, ni mucho menos de una persona. Me podía haber ahorrado mucho insomnio si me hubiese dado cuenta antes, no lo niego.

Hay un fenómeno que experimento demasiadas veces desde que se fue. Lo he bautizado como microamor. Monto al autobús, y me microenamoro de una chica que sube con once bolsas de la compra. Me microenamoro de dependientas de mirada baja y manos rápidas, de mujeres que discuten con sus novios por teléfono y durante una décima de segundo me miran pidiéndome auxilio, de compañeras de ascensor cansadas que evitan mis ojos a través del espejo. Dura un instante, y bastan un par de detalles. Una nariz, un rizo, un gesto.

Sé que no son para mí, que nuestras vidas se han cruzado milimétricamente para separarse de manera diametral después. Manipularlo es estropearlo, dominarlo es perderlo. Sé que no compartiremos nada más, apenas una sonrisa, un viaje en bus o un a qué piso vas. Y basta con eso.

Sin embargo, algunas veces el microamor se agranda un poco, porque estamos acostumbrados a enamorarnos del todo. Y nos atrevemos a dar un paso más. Y el microamor dura una noche, o una semana, pero siempre permanecerá suspendido en el tiempo, entre paréntesis, será un recuerdo, una foto clavada en el corcho, o en el Facebook, o en el corazón de alguien. Precisamente porque el microamor no desea ser grande, su grandeza se realiza plenamente.

Esta es la belleza del microamor, la grandeza de lo pequeño.




lunes, 11 de octubre de 2010

Sobrevivir a la espiral

Son días inciertos. Me duele el estómago aunque tengo hambre. Estoy cansado pero no tengo sueño. No me apetece fumar, y aun así enciendo otro cigarrillo. Y todo sigue el mismo ritmo contradictorio hasta el infinito. Quiero que hablemos, pero a la vez tengo miedo de escuchar lo que no quiero oír. La felicidad que me otorgan estos días contigo me la quita lo efímero de nuestros encuentros. La espiral se amplia, gira sobre sí misma y me ahogo en su interior. Me pasaría las horas tumbado a tu lado, pero me chirrían los huesos de la espalda, unos contra otros.

Son días raros los que componen mi vida, y no acabo de acostumbrarme a ello. Mi espiral giraba hacia afuera, abriéndome en canal, y me empapaba de lo que me rodeaba, aceptaba lo externo y lo hacía mío, disfrutaba con cada momento, veía con claridad. Ahora, la espiral es concéntrica, gira en torno a sí, no avanza aunque no para de rotar. Esa es mi lucha, así de abstracta es. No hay nada que destruir, nada que defender. Sólo consiste en sobrevivir, en no ahogarse en el centro movedizo, pese a ser inútil tratar de escapar de él. No se sabe por cuánto tiempo, nadie sabe nada, no hay fórmulas ni recetas. Es sólo supervivencia.

Llorar me desahogaría, pero no está permitido, porque me acercaría al centro de nuevo. Si me rindo, una fuerza demoníaca y centrífuga me abocaría al fracaso, si es que no hemos fracasado ya. Tan sólo resta esperar a encontrarse por el camino unas tijeras, encontrarse adentro el valor para usarlas. Y entonces romper esta espiral. Para que dé comienzo otra, cuyo centro sea rojo felicidad.

domingo, 18 de abril de 2010

Puzzle

La música estaba demasiado alta. Habían llegado caminando por las calles húmedas de la ciudad hasta aquel bar sin darse cuenta, el mismo bar al que, unas veces consciente, y otras, como ésta, sin querer, había acudido tantas veces con tantas otras chicas. En la vida todo se repite, una y otra vez, sólo que acaso van cambiando los actores y los escenarios, pensaba. Lo único perenne soy yo.
La chica que tenía ante él hablaba y fumaba sin parar, la última vez que le prestó atención divagaba sobre una obra de teatro que había visto la semana anterior. Lucía un escote desproporcionado, cruzaba y descruzaba las piernas a cada poco, como una gimnasta hiperactiva, y miraba a todas partes deseando ser mirada. Debe de ser la primera vez que va al teatro, se dijo él, sonriendo todo el tiempo y luchando por mantener sus ojos fijos en los de ella.
Todo se repite una y otra vez, y aquélla era la versión cutre de una cita importante, anterior. Eran la versión bochornosa de una pareja tomando algo antes de follar. Eran un hombre y una mujer fingiendo ser humanos, cuando en realidad solamente buscaban aparearse como animales. Y pensar que, para eso, antes había que aparentar cierto interés por la otra persona, parecer un hombre culto, pagar las copas, le ponía enfermo. Un halo de falsedad, de repente, se instaló entre ellos, envolviendo la mesa, las sillas, los vasos vacíos y el cenicero.

Recordó a su gran amor mientras trataba de abstraerse de la verborrea de la gimnasta teñida. La primera vez que acudió a aquel bar fue con ella. Después había vuelto una docena de veces, todas con mujeres distintas, y nunca había vuelto a ser igual. Aquella primera vez todo el bar rezumaba encanto, pero también ellos se sentían especiales, únicos, por el mero hecho de estar uno frente al otro. Los otros jóvenes que brindaban en las mesas contiguas eran simples secundarios de su película. En aquellas primeras citas, él no tenía ninguna prisa. Disfrutaba poniéndose nervioso camino del lugar acordado, afeitándose cuidadosamente antes de salir. Le escribía poemas en secreto que nunca se atrevió a mostrarle, y se sorprendía varias veces al día pensando en ella.

Pero todo acabó. Por culpa suya, o de ella, da igual. Terminó, y ya nada volvió a ser igual. Había tratado de olvidarla perdiéndose en otras mujeres, viajando con ellas a otras ciudades, buscando sus calzoncillos debajo de otras camas, pero era inútil. Aquellos escarceos no eran sino vulgares réplicas del amor original. Daba igual que la chica estudiase o trabajara, compartiera piso o viviese con sus padres, fuera interesante o un un zote -como la gimnasta-. Daba igual porque ninguna de ellas era ella y, así, él no podía ser él.

De niño le regalaron un puzzle de tres mil piezas. Tardó casi un mes en armarlo completamente, y cuando al fin lo consiguió, corrió a dec´rselo a su madre, con tan mala suerte que tropezó y las tres mil piezas volaron por los aires y se esparcieron por la moqueta verde de la habitación. Se quedó parado en medio de la tragedia. Le entraron ganas de llorar, invadido por una opaca desazón, no tanto por acabar en un segundo con lo que le había supuesto horas de dedicación, sino porque estaba seguro de que nunca volvería a poder juntar todas las piezas. Las arrojó a puñados a la caja y la escondió. En efecto, hoy el puzzle se pudría en cualquier rincón de su casa, y nunca más fue rehecho. Ahora experimentaba una sensación peligrosamente similar a aquélla.

En uno de los pocos momentos en que la mujer cerró la boca, él se excusó para ir al lavabo. Con la música amortiguada por las paredes del baño, contempló su imagen en el espejo. Sonrió con la boca torcida. Encendió un cigarrillo. Salió del baño y dirigió una mirada hacia la mesa, donde comprobó cómo la gimnasta había entablado una animada conversación con un tipo de la mesa de al lado. Abandonó el bar y echó a caminar, despacio, entre la gente.

Aunque la gimnasta hubiera merecido la pena, no se habría quedado. Él ya no era él. Aquél. Era un esfuerzo estéril tratar de recomponerse a imagen y semejanza de su pasado. Mientras caminaba hacia su casa, reprimió las ganas de llamarla en varias ocasiones, pero finalmente no pudo evitar marcar su número, sin un maldito ápice de orgullo. El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura, escuchó. Se sintió aún más miserable después de aquel intento fallido de hablar con ella, tanto que no pudo declinar el ofrecimiento de una lata de cerveza que le hizo un chino. Tarareó la misma canción una y otra vez hasta llegar a su portal, apuró de un trago la bebida y lanzó la lata calle abajo. Un gato salió corriendo de debajo de un coche, pero a nadie más parecían importarle sus ínfulas de incivismo.
Ya en casa, se descalzó y encendió la radio. Una melodía de piano calentó el salón en pocos minutos. Abrió la nevera pero no encontró nada rápido que echarse a la boca. Permaneció asomado a la ventana de la cocina durante varios minutos, hasta que de improviso se dirigió a su habitación. Tomó una silla y la colocó frente al armario. Se subió en ella y alcanzó con la mano una polvorienta caja de cartón.

Volvió al salón, abrió la caja y vertió el contenido sobre la mesa. Encendió un cigarro y se puso manos a la obra. Empezó por las esquinas, que siempre es lo más fácil.


Imagen extraída de livefilestore.com

martes, 13 de abril de 2010

Bar

Estaba claro que ya no iba a aparecer. Había pasado mucho tiempo, tenía tatuadas en el culo las hendiduras del banco de aquella calle del centro de Madrid y el semáforo de la esquina se había puesto en verde y en rojo 256 veces, alternativamente. Me levanté, estiré hacia atrás los brazos y cogí aire. Eché a caminar sin rumbo, hasta que giré a la derecha en el primer callejón, y entonces lo vi: poco iluminado, con un portero negro mate y un letrero con nombre de película antigua. Para mí era suficiente aquel antro.

Me acodé en la barra sobre el único taburete libre que encontré. Me observé lentamente en el espejo de enfrente, entre las botellas. La cara de siempre, el pelo igual toda la vida, las mismas ojeras... A punto de cumplir treinta años, sufriendo por el plantón de una tipeja a la que apenas conocía. Me ilusiono con poco. Esta vez, me había ilusionado de verdad. Me gustaba hablar con ella, tomar café, chatear, hasta empezábamos a follar bien. Había buen rollo, creí que la tenía en el bote. ¿Por qué hoy no había venido? Ni siquiera contestaba al teléfono. Así, de buenas a primeras, pasaba de mí. Las tías son imprevisibles. Y yo soy gilipollas. Me ilusiono con que me sonrían un par de veces. En este caso habían sido más de un par, también es verdad. Por eso me dejé embaucar, hasta dejé a mi novia por ella. En realidad fue así, aunque yo le dije: "Eres una persona triste", le dije. "Triste. Me pones triste". Y me fui. Y se fue todo a la mierda. Y ahora esto. Por gilipollas.

A mi espalda, instalados en unas mesas bajas retozaban alegres varias parejas. Conté hasta cinco, diseminadas por todo el bar. Localicé una especialmente curiosa. Su empalago era tal que daba vergüenza ajena. Los dos eran feos. Rozaban la treintena, pero se comportaban como adolescentes. Se percibía en sus besos, en sus gestos, que cada uno deberían de ser la primera o segunda pareja del otro a lo sumo en toda su vida.


- Frikis -murmuré mientras me giraba sobre el taburete de nuevo hacia la barra. Miré al tipo de mi derecha buscando complicidad, y encontré al borracho del bar-.
- ¿Tienes un cigarro, amigo?


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- ¿Tienes un cigarro? -dijo ella, extendiendo dos dedos fofos rematados en unas uñas de ave rapaz.
Siempre he detestado las uñas largas. ¿Qué pretenden dejándose las uñas largas? ¿Arañar, hacer daño? ¿Defenderse? ¿De qué?
- No fumo -mentí. ¿Qué cojones hago en la cama con este bicho?-. Me tengo que ir.
- ¿Tan pronto? -dijo el ser desde la cama, con una teta desproporcionada asomando desde detrás de una sábana rosa. ¿Qué he hecho? ¿Qué acabo de hacer?
- Sí, tan pronto -dije terminando de vestirme-. En realidad, es demasiado tarde.

Eran las cinco de una tarde de julio y el sol me daba en la cara con fuerza, y me hacía sudar. Había caminado varias manzanas, no conocía bien la zona y no sabía dónde me encontraba exactamente. Aún no comprendía cómo había podido ocurrir. Le había puesto los cuernos a mi novia con una tía que ni siquiera me gustaba. Después de seis años de relación, una noche, te emborrachas y hala... Todo se va a la mierda. Todo se va a la mierda y ni te has dado cuenta.

- Ponme otra -el camarero agarró el vaso ante mis ojos y se lo llevó dedicándome un gesto de desprecio-, imbécil -añadí cuando ya no me oía, y seguí tratando de recordar aquella maldita canción. Había perdido la cuenta de las copas que llevaba, y no recordaba cómo había llegado hasta aquel bar. No sabía qué hora podía ser. No sabía cómo iba a decírselo a ella. No sabía ni cómo volver a casa. Me sequé una lágrima con la manga y me giré para ver al tipo que se acababa de sentar a mi lado. No parecía mala persona. Parecía divertirse observando algo al fondo del bar. Al cabo del rato me decidí.
- ¿Tienes un cigarro, amigo?


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- Sí.
Le extendió la cajetilla abierta. El otro hombre tardo varios segundos en acertar a coger un cigarro. Al final cogió uno al que le habían arrancado una boquilla para un porro. Mientras tanto, tarareaba una canción y reía.
- ¿Tienes fuego?
- Sí.
- ¿Conoces una canción que habla de unos árboles...?
- Eh, no...
- Sí, una que dice si te vas, los árboles del parque... No recuerdo cómo sigue. Pensarás que estoy borracho. Estoy borracho. Pero no soy gilipollas.
- No lo pongo en duda.
- Yo no soy el típico borracho que te va a decir que ha estado en la cresta de la ola, que eres un tío de puta madre, y que todas las tías son unas putas. Los tíos somos más cabrones que ellas.
- Bueno... según se mire. Uno no sabe lo que piensan en ningún momento.
- ¿Y para qué quieres saber lo que piensan? ¿Para qué quieres saber lo que piensa la gente, si después comete errores y se traiciona, y cambia de parecer? ¿Qué significa saber lo que piensan?¿Te refieres a lo que piensan ahora, mañana? ¿Lo que piensan cuándo? -el hombre sobrio lo miró fijamente, pidió una copa y encendió también un cigarrillo. siguió hablando.
- Quiero saber lo que piensan. Saber cómo es una persona. Saber si es buena o mala. ¿Tú eres buena persona?
- Creo que no.
- Bueno, si piensas eso, debe ser por algún motivo. Con lo cual yo me espero lo peor de ti. Pero si de repente, no sé, esta noche me invitas a una copa, por ejemplo, pensaré que no eres es para tanto.
Ambos rieron. El hombre sobrio volvió a mirar sonriente a la pareja extraña, y el hombre ebriose palmeó los muslos y bebió.
- En serio, borracho, no creo que seas mal tipo. Pero cuando hablo de saber cómo es una persona, hablo de una línea de actuación y de pensamiento, hablo de una pauta, un hilo conductor. Una persona puede tener altibajos, puede tener días malos y buenos, pero no puede de la noche a la mañana, no sé, ser otra persona.
- Claro que sí. Claro que se puede.
- ¿Por ejemplo?
- ¿Por ejemplo? -repitió el borracho y negó con la cabeza a la oferta de unas gafas de sol con luces que le hacía un pakistaní-. Los asesinos. A uno se le va la cabeza una noche, hay una pelea en un bar, como este, y mata a otra persona. Ya es un asesino. Y un presidiario. En cuestión de segundos una cosa, y en cuestión de horas, la otra. ¿Azar? Quizá, pero tu vida ha cambiado.
- Eso son situaciones extremas. Si tu novia te dice que está embarazada, también te cambia la vida, te conviertes en otra persona. Igual que si tu padre se muere prematuramente, o tu hermana...
- Escucha. Imagínate que estás muy enamorado de tu mujer, y de repente conoces a otra persona. Antes eras, no sé, un padre ejemplar; pero ahora has conocido a una persona tan maravillosa que te acaba de cambiar la vida. Y lo ves todo de otra manera, y comienzas a ver que tu vida puede mejorar.
- ...
- Y empiezas a pensarte renunciar a ver a tu hijo todos los días a cambio de lo que te da esa mujer. Y planeas separarte...
- Para, borracho. No sigas. No me hace falta imaginarme nada.
- Entiendo.
- No, no entiendes, pero bueno, el alcohol realiza las conexiones neuronales necesarias en tu cerebro para que parezca que el universo entero está al alcance de tu comprensión.

Los dos hombres permanecieron largo tiempo en silencio, que sirvió para que el hombre sobrio no lo estuviera tanto. Finalmente se decidió a volver a hablar primero.
- No tienes razón, ¿lo sabías, borracho? -el borracho sonrió mirando al suelo-. Yo soy una buena persona. Lo sé, sé que lo soy, te mentiría si te dijera lo contrario. Fumo porros, me salto los semáforos, me hago pajas en internet, pero soy buena persona. Y si esta noche, por culpa de una pelea, de una borrachera... Es más, aunque yo cometa un error a plena luz del día y siendo plenamente consciente, seguiré siendo un buen tío.
- Pero con tus errores puedes destrozarle la vida a la gente.
- Mírame, borracho. Soy un ser humano. Con mis aciertos y con mis defectos, pero soy un humano. Me equivoco, sí, y lo siento, pero también tengo cosas muy buenas. Muy buenas. Y quiero que la gente me quiera con mis errores, y con mis aciertos. Porque así soy yo. Y si no te parece bien, yo tampoco quiero ser tu amigo. ¿Me entiendes?
- Me he tirado a una tía horrible esta noche -dijo él por toda respuesta.
- Bueno, a todos nos ha...
- Le acabo de poner los cuernos a mi novia de toda la vida, llevábamos nueve años juntos. Y he mandado a la mierda nuestra relación sin más, como el que se convierte en asesino sin querer. Ni siquiera me gustaba. Ni siquiera era una tía que mereciese la pena, la conocí una hora antes. Iba demasiado borracho... Me ha dado tiempo a que se me pasara la borrachera y a volverme a emborrachar.
- ¿Te puedo hacer una pregunta que no estás obligado a contestar?
- Claro que sí, no te voy a volver a ver en mi vida.
- ¿Ella te ha puesto los cuernos alguna vez, que tú sepas?
- No, que yo sepa.
- Imagínate que ella se folló a otro tipo hace siete años, a mí, por ejemplo -el borracho sonrió-, y no te lo contó. ¿Preferirías que te lo hubiera contado?
- Sí.
- Piénsalo bien.
El borracho se mantuvo en silencio unos instantes, soltó una carcajada y vio por el rabillo del ojo cómo su compañero de barra pedía otra copa.
- ¿Qué insinúas?
- Que la trates bien. Que la cuides. Que no vuelvas a cometer ningún error. Y que procures por todos los medios posibles que ella no se entere de lo que hiciste ayer, cueste lo que cueste. Si la has hecho feliz hasta ahora, por qué no ibas a poder seguir haciendo lo mismo de aquí en adelante.


El borracho se frotó los ojos húmedos con los puños, se excusó para ir al servicio y se perdió entre el gentío del bar, mucho mas lleno a esas horas que por la tarde. El hombre sobrio, que iba medio ebrio, esperó unos cuarenta minutos a que regresara, pagó las copas de ambos y se marchó a casa. Una hora más tarde, se quedó dormido en el sofá viendo Toy Story. Mientras, el portero negro mate tuvo que arrastrar al borracho hasta la calle, pues había perdido el sentido y lo había encontrado inconsciente abrazado a la taza del váter.



Epílogo



Al día siguiente, el hombre sobrio recibió una llamada. Su chica se excusó: se había olvidado el móvil en el trabajo y no recordaba el lugar de la cita. Él nunca se lo creyó, pero ella seguía sonriéndole, hablando con él, chateando y tomando café.


Siguieron juntos durante tres años, hasta que él la dejó por otra mejor. De repente, sin previo aviso.





Al día siguiente, el hombre ebrio despertó en su cama. No podía recordar cómo había llegado hasta allí, pero dio gracias al cielo. Sintió a su lado el cuerpo de ella. Un recuerdo fugaz de la noche anterior cruzó su mente, y reprimió una lágrima mordiéndose el labio. Permaneció mirando al techo unos segundos, el silencio tan sólo interrumpido por la leve respiración de ambos. Se acordó del hombre con el que habló en aquel antro.

Miró a la que sería su mujer durante el resto de su vida, se acercó a ella y abrazó su cintura. Ella sonrió. Dormida.
Imagen extraida de hermanocerdo.anarchyweb.org

lunes, 12 de abril de 2010

Estoy bajando por un tobogán, y abajo está la vida



Hoy es como si todo hubiese pasado hace tiempo. Me parece que todas las canciones que escucho hablan de mí, de nosotros, de ella. Echarte de menos no entraba en mis planes, leí hace poco. A mí me sucede todo lo contrario.

El sol ha salido, y siento que ya no se irá nunca. La vida me debe una primavera eterna que ha dado comienzo estos días, y si hay que llorar, que sea por el polen.

Me deleito viajando en bus, asomándome a las ventanas de los edificios que visito. Sonrío a las cajeras y a los camareros, y al escuchar los gemidos que vienen del otro lado de la pared. Dejo que la gente pase a ambos lados sin tocarme. Vivo. Casi se me había olvidado vivir.

A veces suena el teléfono; otras veces, no.

Por primera vez en demasiado tiempo me siento uno, único, yo. Y sé que ya nunca volveré a abandonarme. Mis problemas son minúsculos vistos desde detrás de un par de cañas. Mis amigos, los de verdad, siempre cabalgarán conmigo. Los otros, los de mentira, pueden seguir entrando y saliendo de mi vida como si fuera una boca de metro. Como si quieren tocar el acordeón en mis vagones, no me importa. Eso sí, ya no podéis pasar la noche en mi andén.

Son tiempos extraños, pero llenos de luz. Tiempos de ventanas abiertas, de recuerdos sin nostalgia. Son tiempos de adaptación suave a mí mismo, y al mundo.

Estoy bajando por un tobogán, y abajo está la vida.

viernes, 9 de octubre de 2009

Despertándome

¿Dónde estabas tantas horas? Juntos en la misma habitación

-mirando subir las olas-preparadito para la acción.

Si la suerte me abandona y dice que no quiere verme,

le llamaré estafadora, me ha robado mientras duerme.

Me he pasado tantas horas viendo de los pétalos la flor,

que se me acerca una amapola y me vuelve a la boca to'l sabor.

Mírame a los ojos; sé qué estás pensando.

De tu cabeza quiero beber caldo.

Para matar mis dudas y subir hasta tu luna.

Tírate en suelo; vete colocando.

De tu entrepierna quiero beber caldo

y como ratas de basura: Desorden y Soledad

se fueron viéndote llegar.

Ella se esconde del aire que rodea el sonido de mi voz

y yo me entreno como un perro para que le muerda mi canción.

Si la suerte me abandona y ves que estoy un poco triste,

es que tú eres una zorra y un buitre no come alpiste.

Y si te sientes perdedora, sácate de la boca el amor

y devuélveme todas las horas que paso pensando que somos dos...

Mírame a los ojos; sé qué estás pensando.

De tu cabeza quiero beber caldo.

Para matar mis dudas y subir hasta tu luna.

Tírate en suelo; vete colocando.

De tu entrepierna quiero beber caldo

y como ratas de basura: Desorden y Soledad

se fueron viéndote llegar.

Será que te han cogido miedo de saber

que estás mas loca...

que yo, que necesito ver amanecer

cuando no toca.

(Tampoco)

domingo, 13 de septiembre de 2009

Domingos

Los domingos son tristes, pero en mi barrio, más. Y más cuando el verano dice adiós por la ventanilla del tren, y la tarde invita al otoño, que se presenta como un cuentachistes en el velatorio de lo que fuimos. El otoño está aquí, junto a la vuelta al cole, el inicio de la Liga, las primeras lluvias y el recuerdo del verano en que comprendí que somos el gorila del anuncio.

Los domingos son tristes, sobre todo cuando al día siguiente tienes que madrugar, y más aún cuando no soy capaz de disfrutar mis días libres y prefiero quedarme en casa martilleando el teclado del ordenador. Son tristes, y el móvil se me ha roto, y nadie me llamará alegrándome la tarde. Nadie recogerá los restos de pizza hasta mañana, ni vaciará los ceniceros, ni cerrará la maldita ventana que golpea virulenta su marco, rítmicamente, como los latidos del corazón de mi casa.


Los domingos son tristes, porque son un punto de inflexión entre la semana pasada y la que viene. Futuro y pasado confluyen en el domingo, y ambos no son nada, y lo son todo a la vez, y me mareo sólo de pensar que el presente no existe y a un tiempo es lo único que hay. Porque ya todo olía a ti, y tus ojos eran mi jacuzzi, y hoy me los han cambiado por la película de Antena 3.


Los domingos son tristes, sobre todo si estás solo y la boca te sabe al ron de anoche, y la cabeza te duele al recordar lo que no hiciste y lo que te hicieron. Los domingos son tristes, sobre todo si tú también lo estás.


Fotografía extraída de geo.ya.com

domingo, 6 de septiembre de 2009

Amaneceres

Cuando tengo las respuestas, cambian las preguntas. Cuando menos me lo espero, los recuerdos se aparean con las imaginaciones, dando a luz imágenes infames, capaces de provocarme el dolor más intenso y cruel, imágenes a las que asisto embelesado sin poder apartar la mirada, autolesionándome.

Cuando creo que todo me da igual, que el peor daño ya está hecho, me topo de bruces con mi propio cerebro, que recrea tus gemidos para con otro, tus mentiras para conmigo, tus actuaciones dignas del Goya. Cuando menos me lo espero, todo eso está ahí y salta sobre mí, y ya no tengo fuerzas para correr y escapar porque las he invertido todas en tratar de perdonarte.


Cuando pienso lo que has sido para mí, me veo pequeño.


Ayer desayuné un sandwich de orgullo. Ñam. Y a mediodía, unos filetes de odio con guarnición de venganza. Y cuando creía que era sufuciente con reprimir todos los sentimientos y actuar como un animal que copula con un semejante sin plantearse apenas nada más, resulta que no, que hacen falta más cosas. Hace falta que incluso tú te perdones a ti misma. Y otra vez me veo como el gorila del anuncio, me levanto p'arriba, me siento p'abajo.


Ahora, p'arriba. Ahora, p'abajo.


Y entonces te despiertas, qué haces, escribir, perdón.


Fotografía extraída de elaguja.cl

viernes, 4 de septiembre de 2009

Me descojono



Esta es una de las pocas cosas capaces de levantarme el ánimo estos días.

Aparte de ser una metáfora perfecta y dantesca de mi estado anímico -ahora parriba, ahora pabajo-, me permite pasar de depresión a regocijo, y de nuevo a depresión, en cuestión de segundos (lo que dura el vídeo, vamos).

Disfrutadlo.

Bailar bajo la lluvia

Es sabido que, cuando tocas fondo, todo tiene que ir a mejor. Ya conté hace varios meses que, cuando estás sumido en la más completa de las miserias, de pronto te ves dotado de cierto poder. Nada te puede ir peor, las cosas no pueden torcerse más. ¿Existe algo más redondo que un círculo -aparte de dos círculos, claro-? No.

Cuando ya no cabía más tristeza en mi habitación, he resucitado. Y hoy me he descubierto cantando mientras caminaba, como de costumbre. He sonreído cuando he comprado tabaco a la camarera que me ha activado la máquina, a la madre de un niño con el que casi me tropiezo, y a mi madre cuando me ha recordado lo del oculista. Creo que éstos son los primeros pasos para volver a ser feliz.


Continuaré por comerme a dentelladas el poco orgullo que me has dejado. Intentaré mirarte a los ojos, pero me da miedo volver a caerme dentro de ellos. Trataré de tocarte, pero temo quedarme pegado a ti, otra vez.


A mí, que antes no me importaba bailar bajo la lluvia si tú me mirabas desde el balcón, ahora no quiero que otra tormenta me pille sin paraguas.


Fotograma de la película Singing in the rain.

Segundas partes


Nunca fueron buenas, dicen. Excepto en el Padrino, apostillo yo.


Después de meses de receso, me he armado de letras para seguir dándole caña al blog. Si alguien esperaba remotamente mi regreso, helo aquí.


Bienvenidos seáis los nuevos; bienhallados, los antiguos. Un saludo a todos.


Comencemos...

viernes, 5 de junio de 2009

Confesiones

- Ayer conocí a un tío...

- ¿Qué dices? Cuenta, cuenta...

- Pues nada, es un chico que ya conocía de algo, pero hasta hace poco no habíamos intimado, no sé, es como si de repente hubiese surgido una chispa entre los dos, ¿sabes? Había visto sus ojos varias veces, algunas de ellas bien de cerca, pero nunca había reparado en lo profundos que son, creí perderme en ellos mientras ella me hablaba, y sus palabras eran un carrusel de sonidos hermosos del que no alcancé a comprender ninguna palabra por lo embelesada que estaba...

- Sigue, sigue.

- Acabábamos de tomar algo en un bar, y yo la verdad estaba muy cansada. Él estuvo muy atento toda la tarde, la verdad es que me sorprendió. Y qué guapo. Y al salir del bar me pasó un brazo por encima de los hobros y me sentí pequeñita, pequeñita...

- Ay, tía.

- Y nada, me preguntó si me apetecía que fuéramos a su casa. Yo me moría de ganas por dormir con él, pero no sabía qué decirle. No quería que aquel instante, que a la vista de todos no era nada del otro mundo -una pareja saliendo de un bar- se desvaneciese en el tiempo y fuese sólo el recuerdo de una noche que le cuentas a una amiga, como estoy haciendo ahora...

- Bueno, ¿y qué pasó?

- Al final le dije que sí, que fuéramos a su casa.

- Qué fuerte, tía. Entonces, por lo que me cuentas, con Mario ya nada, ¿no?

- No, si te estoy hablando de Mario.



Fotografía extraída de data1.blog.de

Recordatorio

Desde En el tejado de una prisión he creído positiva y a un tiempo interesante la experiencia de la encuesta para decidir el primer post de cada mes. Se comunica por tanto a todos los presidiarios que ya tienen la posiibilidad de votar el tema del primer post del mes de julio, justo en la parte derecha del blog.

Gracias a todxs por leer y participar.

El faro del paraíso

Para cuando te marches, tienes las llaves que abren mis puertas,

y por si las perdieras dejaré siempre ventanas abiertas.

Para cuando te quedes, tengo en mi vientre un verano de estrellas

con un mar que se mece si tú respiras desde su arena.


Ay, amapola,

yo de tahúr en otro mundo y tú tan sola.

Hoy quiero habitar la pradera

entre tu ombligo y lo más alto de tus piernas.


Ay, hechicera,

quién fuera luz para alumbrarte las caderas

y hacer un eclipse de seda

en la aureola de tus montes de canela.


Que tengo tanto esperma en la mirada

que cuando lloro al viento nace un cielo.

Y tengo los besitos que me dabas

guardados en el fondo de mi pecho.

Y tengo en las gónadas del alma

otoños que comienzan en enero,

y a veces se me olvidan las palabras

cuando meto los dedos en tu pelo.


Quiero tener tu labio más abierto.

Quiero licuarte y tener caramelo.


En tu pelo, que me sabe a pan caliente,

la gente nunca entiende mi desenfreno.

Que no haya sueños que se queden pendientes,

que la vida es una sombra que se ejerce.


Y ya sabes, prefiero un beso de muerte

a que me bese la muerte sin tu permiso.

Si quisieras mirarte en mí para verte…

me voy a vivir al faro del paraíso.


Carlos Chaouen

Tenemos ganador


Desde En el tejado de una prisión quiero agradecer a todos los que han participado en el blog, no sólo a través de comentarios, sino ingresando en prisión voluntariamente. También agradezco en la misma medida a aquellos que se han registrado para optar a las dos entradas gratuitas para el Parque de Atracciones, cuyo sorteo acabo de llevar a cabo hace un rato.


El ganador, o mejor dicho, ganadora ha sido Raquel. Enhorabuena para ella y gracias al resto por participar. Espero que haya más sorteos y que la suerte os acompañe la próxima vez.


La ganadora debe enviar la palabra EDUVIGIS al 5808 para canjear el precio, seguida de su fecha de nacimiento según el calendario chino, espacio, su número de la Seguridad Social al revés, espacio, el nombre de su abuelo paterno en élfico.

lunes, 1 de junio de 2009

Post por encargo I

Desde hacía algunos meses, me había despertado por las mañanas experimentando una sensación extrañamente placentera: un cosquilleo revoloteaba en mi bajo vientre, y al abrir los ojos descubría una erección implacable bajo el pijama, que tenía que esconder por vergüenza de los ojos de la chica que me cuidaba y llevaba al colegio. Al principio eran días intermitentes, pero en poco tiempo, la regularidad fue absoluta. No sabía muy bien qué hacer con aquello. Me tumbaba boca abajo, pero aquella solución se tornaba estéril cuando comprobaba que, a veces incluso, no servía sino para aumentar la excitación.


Tendría doce o trece años, a lo sumo. Podrían ser las cinco de la tarde de un domingo, y estaba solo en casa. Cambié de canal de pie ante la tele, ya que a principios de los 90 el mando a distancia era poco menos que una leyenda. En un canal, no recuerdo cuál, imagino que la 2, ponían la película El Lago Azul. Y ahí empezó todo.



No recuerdo cómo sucedió con exactitud, pero me enamoré profundamente de la protagnista de aquella película, que era una niña de mi edad que se llamaba Emmeline. Me imaginaba que la tenía delante, que jugaba conmigo en lugr de con el otro protagonista de la película.Nos zambullíamos juntos en las aguas azules que aparecían en el film, la llamaba por su nombre y pensaba en ella cada vez que me masturbaba. Tampoco recuerdo cómo terminó lo nuestro, pero intuyo que fue porque me fijé en otra, u otras.


Porque hubo más: me enamoré de Heidi, aunque no lo he reconocido hasta ahora; de Sophie, la sobrina del inspector Gadget; años más tarde de Pepper Ann, en su cole no hay rival; cuando pensaba que lo había superado, apareció en mi vida Spinelli, con sus botas y su gorro... Un día, un amigo me pregntó en el recreo:


- ¿Y a ti qué chica te gusta de clase?
- Yo estoy profundamente enamorado de Pepper Ann -dije entornando los ojos y mirando al infinito. El muchacho no se sorprendió lo más mínimo, pero negó con la cabeza.
- Ya, pero eso no vale. A mí me mola Vilma, pero digo de la clase -yo, a diferencia de él, me escandalicé.
- ¿Wilma? ¿Te gusta Wilma? ¡Si es una señora!
- No, la de los Picapiedra no. Digo Vilma, la de Scooby Doo.

Años más tarde me enteré de que aquel compañero de colegio ahora se ha dejado bigote, es reparador de máquinas de CocaCola, y tiene una Yorkshire cuyo nombre podréis intuir.

Woody Allen dijo que masturbarse es la manera de hacer el amor con la persona que más te apetece. Persona o dibujo animado, añadiría yo. Porque después, de mayor, arrastras el canon por el que se ha regido tu infancia -me salto la adolescenca porque no me dio tiempo a hacer otra cosa que eso mismo: adolecer-, y si ese perfil se basa en dibujos animados, en mi caso personal se tradujo en chicas delgadas, pequeñas, con maneras de chico, pelo corto, con gafas, que me sacaran sonrisas o carcajadas sin mi consentimiento. Por eso hoy en día no coincido en gustos con casi nngún amigo. Porque ellos se empezaron a masturbar con las revistas porno de sus padres.

Reproducción del cartel original de la película El Lago Azul.

jueves, 21 de mayo de 2009

Otra vez

Me ha vuelto a pasar. Un joven me ha llamado de usted. Tengo 25 años, y no es la primera vez que me pasa. Da qué pensar. Mitiga un poco la sensación de desazón pensar que, de pequeño, yo también era muy educado, y me lo pensaba antes de tutear a un adulto. Pero lo de hoy me ha dolido como nunca.

Trabajo de cara al público y, como he dicho antes -no sólo en el trabajo sino en más ámbitos-, me han debido de llamar de usted una decena de veces. Todavía recuerdo la primera. Hará dos o tres años, mientras mi perro correteaba por el parque, yo fumaba un cigarro sentado en un banco, cuando un balón cayó cerca de mí. El propietario -o quizá un mero usuario- de la pelota, o sea, un niño, reclamó mi atención a gritos.


- ¡Señor! ¡El balón!


¿Señor? Bueno, aquel día iba con la ropa del trabajo -camisa por dentro, zapatos-, y llevaba perilla. Pensé que cabía la disculpa porque, en realidad, el niño y yo estábamos a unos 15 metros de distancia, y además estaba oscureciendo; la suma de todo ello debió de jugarle una mala pasada a la percepción del chaval, pero a mí me marcó de por vida.


Hubo más. Recuerdo con especial sonrojo otro caso más reciente. Sucedió en el trabajo, como hoy. También llevaba camisa, incluso puede que también la americana. Pero el chico que me trató de usted no era tan joven, y aquello me turbó aún más si cabe. Quería apuntarse en la lista de espera, y le pedí el DNI. Cuando me lo dio, comprobé que tenía 17 años, por dios, nació en el 90. Me acuerdo de que le hablé con soltura, incluso le llamé tío varias veces cuando me pidió información sobre los abonos. Le aconsejé la mejor zona del campo teniendo en cuenta todas las variables -la afición contraria, el precio, la visibilidad, el clima...-, no obedeciendo a un instinto comercial, del que por otro lado carezco, sino para tratar de que al final de la conversación, me tutease.


- Gracias, es usted muy amable -eso fue todo lo que pude arrancarle.


Pero sin duda alguna, lo de hoy ha sido mucho peor. Por dos motivos, a saber: a) hoy he ido al trabajo vestido con unos pantalones negros, NORMALES, quizá un poco anchos; una camiseta azul con rayas blancas, en cuyo estampado se aprecia el jovial/informal/desenfadado/juvenil dibujo de un toro con una camiseta con el número 10 de la selección argentina; y unas zapatillas blancas y verdes cuya marca no diré para no hacerle publicidad a Quicksilver. Y b) porque la persona que ha preferido no tutearme, esta vez, era una chica.


No sé su edad, y maldita la gana que tengo de saberla. Pero sus palabras aún resuenan en mi mente como el eco infernal del paso de los años. Lo digo en serio, que nadie se ría. Ya os pasará a vosotros también -y más que a mí-, y cuando os ocurra, sólo deseo que, además, la chica en cuestión os ponga cachondos. Será todavía más humillante, y para mí será, en cierto modo, un alivio saber que no soy el único que arrastra esta cruz. Reproduzco a continuación el breve pero a la par intenso diálogo que desgraciadamente mantuvimos:


- Perdone, ¿fútbol base?

- Perdonada, saliendo por la galería, la última puerta a mano izquierda.

- Ya, pero está cerrado. ¿Sabe a qué hora vienen?

- A y media.

- Gracias.


Y se dio la vuelta y se fue con el último atisbo de juventud que había en la oficina. No una, sino dos veces me había llamado de usted. La primera no logré distinguir si decía perdone o perdona, pero en la segunda no había espacio para el equívoco. Me dejé caer sobre la silla, blasfemé y ultimé unos informes que tenía pendientes.


Es una edad incierta, lo sé. No sabe uno a qué atenerse. Odio en profundidad la tendencia pija que se extiende entre los jóvenes, pero también aborrezco a la gente que va con pintas de algo concreto. Es como si entendiesen la libertad como la capacidad de poder elegir una etiqueta, y no comprenden que ser libre es precisamente lo contrario: huir de las clasificaciones, los estereotipos. Pero cada vez se concede más valor a lo que es semejante, y menos a lo que es diferente, y la competición estriba en ver quén es más igual, cuáles la fotocopia mejor hecha, cuando debería reconocerse quién propone la idea que a nadie se le había ocurrido, quién da un paso que nadie se atrevió antes a dar. Y es imposible escapar: voy a un concierto de un grupo que me gusta desde hace mucho, y me veo rodeado de puretas; y voy a otro concierto de una banda que acaba de salir, y parece que estoy en un instituto de mutantes. Cada vez pienso más en dejar de fumar, me gustan menos los móviles, miro las vacaciones de verano con más antelación, me peino intentando disimular las cada vez más estrepitosas entradas. Ya no me salen -casi- granos en la cara, pero es el pelo el que aparece en lugares insospechados poco tiempo atrás. Cada vez me gusta más comer; y menos, beber. De hecho, cada vez cocino mejor. Cada vez disfruto más de los trayectos, de las esperas. Cada vez me suelto más a hablar con el primero que pillo. No sé si merece más la pena aguantar a un profesor al que pago para que me venda la moto; o a mi jefe, que me paga para que la moto la venda yo. Y podría seguir con las dicotomías hasta mañana.


En todo caso, por si a alguien le quedaba algún resquicio de esperanza, hace relativamente poco fui testigo de algo que me hizo reflexionar sobre esto mismo, llegando a las conclusiones que arriba he expuesto. Por la calle me crucé con una madre y una hija, de unos 40 y unos 16 aproximada y respectivamente... Pues bien, por primera vez en mi vida, me gustó más la madre que la hija.


Si esto no es hacerse mayor, que venga dios y lo vea. no obstante, tampoco creo que sea para llamarme de usted.
Fotografía extraída de zonalibre.org

Muerte

A veces, es difícil comprender el final de un ciclo.

Yo, que conocía la existencia de la muerte, nunca la había visto de cerca. Me habían hablado de ella, yo había compuesto su rostro mezclando impresiones ajenas y vaticinios propios, pero nunca tuve la certeza real de lo que era capaz. Hasta el año pasado.


Desde hace varios años, ir al pueblo ya no significaba hallar la libertad, como ocurría cuando teníamos 15 años. Por aquel entonces éramos libres, no había toque de queda, los veranos se sucedían como los capítulos de un cuento al que miramos de canto y todavía vemos gordo. Pero aquello acabó, las chicas del pueblo ya no eran tan guapas, la diarrea era más aguda después del boellón con garrafón, los amigos que vivían en otras ciudades, como nosotros, cada vez se dejaban ver menos. Ya sólo íbamos cuando no quedaba más remedio, y comprobábamos con ojos tristes que los niños ya no juegan al fútbol en el polideportivo, que nuestros amigos de allí ya casi no nos conocen, que ya no tienes edad para hacer botellón en la ermita, ni para imitar a Chayanne en la discoteca, que no conoces a la gente joven que hace lo que tú hiciste a su edad. Y que los abuelos se marchitan.


Y una mañana, el teléfono sonó demasiado temprano. A la carrera me duché, me vestí y acerté a meter algo de ropa limpia en una maleta. Tomé un taxi hasta la Estación Sur, donde me encontré con mis primos: él parapetado tras sus gafas de sol; ella, tras su pelo y sus palabras. Y los tres hicimos uno de los viajes más tristes de nuestras vidas, aunque no hablásemos del tema, e incluso a veces, nos riésemos a carcajadas.


Y ya en el pueblo, llantos amargos, antiguos. Ayes, lamentos, recuerdos. Olor a incienso, vecinas. Curas, una gran caja, más llantos. Rabia hacia los curas, paseo hacia el cementerio. De vuelta, comida en familia, pero ya nada volvió a ser igual.


A veces es difícil comprender el final de un ciclo, y otras no queda más remedio. Lo peor de conocer a la muerte de cerca es precisamente eso, que ya no se va. Ya estás seguro de que existe, y pronto les tocará a otros -¡y a otras!-, y será todavía más duro. Y es inevitable imaginar cuando venga a por ti, y sean otros los que te lloren, te recuerden, te elogien, lleven tu caja a la vista de todo el mundo, sientan rabia hacia los curas y se emborrachen en tu nombre.


Mañana volveré a coger un autobús solo, y haré el mismo camino que aquella mañana. Y me da un poco de miedo.


Fotografía extraída de organizados.blogsome.com

lunes, 18 de mayo de 2009

Recordatorio

Desde En el tejado de una (p)risión quiero recordar a todos los lectores del blog -anónimos y confesos- dos aspectos, a saber:

La encuesta que decidirá el tema del primer post del mes de junio. Sólo tienes que escoger la opción en la parte derecha del blog. Si la encuesta termina en empate, como es el caso hasta ahora, me comprometo a aunar todos los temas en el mismo post. Es una lástima, pensaba que podía añadir a la lista más opciones sobre la marcha, pero no es posible, así que la suerte está echada. Además, votar es gratis, y combate el colesterol.

El sorteo de dos entradas gratis para el Parque de Atracciones entre todos los presidiarios, para lo cual es imprescindible pinchar en el botón Seguir, también en la parte derecha del blog. El ganador no tiene la obligación de ir conmigo al Parque, pero vamos, sería un detallazo. Las bases del sorteo están depuestas ante notario.

Gracias.

¿Cuándo?

- ¿Y tú cuándo supiste que eras gay?

- Mira... Yo ligaba con chicas más que cualquiera de mis amigos. Con dieciocho años, estaba con dos chicas a la vez, Marina y Gloria. Una noche, currando en el bar, estaba limpiando la barra, y me dio por pensar. Sí, si, por pensar, a ver qué te crees... No podía seguir en aquella situación, para mí suponía mucho estrés, había días que quedaba primero con una y luego con la otra, las dos sospechaban. Pero la dos follaban de vicio. Con Gloria me encantaba salir de juerga, bailar, desatarme. Pero, aún hoy, echo de menos aquellas conversaciones con Marina a la luz de las velas en su casa. Además, tenía más dinero que Gloria, menos preocupaciones. No obstante, la manera que Gloria tenía de ver el mundo me fascinaba. Aunque, en el fondo, las dos me aburrían. Así que dije: si la primera persona que entre en el bar es una mujer, me quedo con Marina; si es un hombre, me quedo con Gloria.


- ¿Y...?


- Pues que entraste tú, idiota.


Y ambos se fundieron en un profundo beso.





Fotografía extraída de photobucket.com

jueves, 14 de mayo de 2009

Encuesta


Tú haces En el tejado de una prisión.


Te ofrecemos la posibilidad de participar en una encuesta para decidir el tema del primer post del mes de junio. Sólo tienes que escoger la opción en la parte derecha del blog. Si ninguna de las que he propuesto es de tu agrado, puedes dejar un comentario en este post proponiendo tu alternativa, y la incluiré en la lista en cuanto lo lea.


Gracias por leerme.
Fotografía extraída de eloymcebrian.blogspot.com