jueves, 7 de mayo de 2009

Tú, juez; yo, preso

Cuando escribí mi primera poesía era aún muy pequeño. Recuerdo que fue para un trabajo del colegio, y rimé pisotón con balón, y amarillo con potrillo. Mi madre corrigió aquel poema antes de que lo entegara en clase, y me dijo: Ahora falta darle sentido a lo que quieres decir.

Pero por aquel entonces -era un chiquillo- yo no tenía nada que decir. No tenía inquietudes, ni penas, ni más alegrías que salir al parque a jugar. Y no fue hasta varios años después, al cumplir los quince, cuando le dediqué mi primera poesía a mi primera novia. Empezaba así:

"El brillo taimado de tus ojos,

reluciente fanal de madrugada,

puso en duda mi idea, equivocada:

no sé si eres real o un sueño roto..."

Creo que nunca escribí nada tan puro como aquello. El poema continuaba unas cuatro o cinco estrofas más. Algunos versos aún los recuerdo -"cuando tú me encotraste, aún huía / del laberinto en que atrapado estaba"-, sueltos, y a veces se aparecen en mi mente, aunque no consigo emparejarlos, ordenarlos, hacerlos rimar de nuevo. Me acuerdo incluso de haberlos escrito a mano en un folio y habérselo entregado a aquella chica. Antes, cuando no había ordenadores, los humanos escribíamos a boli, firmábamos de puño y letra, y dibujabamos lo que se nos antojaba en los márgenes.

Esa fue la primera poesía. Aunque hubo más, sólo me viene a la memoria el comienzo de ésta. Siempre he necesitado escribir, mucho más que hablar: te desahoga igual, y no te oye más que quien tú quieres. En aquella época de mi vida, agasajé a mi novia con poemas. Desconozco si aún los guarda.

Por mor de las redes sociales, sí, he dado con ella después de 10 años sin vernos, sin coincidir de casualidad en ningún bar, sin tener ningún amigo común. En seguida comprendí que nuestros caminos han sido diametralmente opuestos. Ella oposita para juez -su padre era abogado-, y yo estoy más cerca de ser juzgado que de acabar la carrera. Algunas veces, durante, unas décimas de segundo, envidio a aquellos que tenían su vida planificada desde los quince, y van cumpliendo paso a paso unos objetivos grabados a fuego en la conciencia. Acto seguido sonrío, repaso mi vida, miro al confuso horizonte que se extiende todavía ante mí, e imagino tu nómina, tu adosado, tu hipoteca, las ocurrencias de tu novio facha que se ríe de los progres -progresar es el antónimo de retroceder-, imagino a tu golden retriever corretear entre tus hijos, vestidos iguales, imagino tus viajes lujosos, tus brindis, tus lecturas, tus cenas en familia. Tu visión del mundo.

Y me imagino a mí mismo, después de haber cometido un delito contra la salud pública -o privada-, saliendo del calabozo y entrando a tu juzgado. Te imagino a ti, con una peluca blanca y un martillo, juzgándome y condenándome, después de haberte comprado algo en Blanco, o en Bershka, y antes de que vayas en taxi a cenar al más lujoso de los restaurantes. Nunca creí en la justicia como valor universal, pero creo mucho menos en la justicia y los valores que se me cuelan en casa cada vez que, por error, enciendo la televisión.

Intercambiamos unas pocas palabras -de esto hace varios meses y no he vuelto a saber de ella-, nos contamos un poco de cada uno, y ambos extrajimos la misma conclusión: tú vas para juez; y yo, para preso. Quizás estaba escrito.

Fotografía extraída de nidodeviboras.blogia.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el desahogarse. Parece ser que en este caso quien quieres que te oiga es cualquiera.
Raquel