viernes, 17 de abril de 2009

El hombre que nunca se ponía nervioso


Esta es la historia de un hombre que nunca se ponía nervioso. De niño guardó la compostura el primer día de colegio, sin derramar una lágrima. Más tarde, ningún examen era capaz de alterarlo. Y poco más tarde, ninguna chica, ninguna cita, ningún amor lo había puesto nervioso. Cualquier contratiempo era incapaz de sacarlo de quicio. Su corazón latía al mismo ritmo desde que nació, y esto era algo, pensaba, para estar orgulloso.


Y este hombre, que alardeaba de su sangre fría como si fuese una virtud, se topó una mañana con dos ladrones. Uno de ellos sacó una navaja del interior de su chaqueta y le dijo que no se pusiera nervioso El hombre no se puso nervioso, lógicamente, y les entregó todo el dinero que llevaba. Se despidió de ellos con prisa por llegar a trabajar, aunque amablemente, incluso les dio la mano como si de cerrar un acuerdo se hubiese tratado.


Caminó presuroso por las aceras, pese a lo cual no se puso nervioso. Subió en el ascensor hasta el noveno piso, donde estaba su oficina, y pese a ver que llegaba veinte minutos tarde, no perdió la calma. Un compañero le comunicó que su jefe lo llamaba a su despacho. Sin nerviosismo llamó a la puerta tímidamente, y un grave adelante le instó a pasar. Su jefe lo invitó a sentarse mirandolo encorvado sobre el escritorio, y se dirigió a él diciéndole:- Hemos encontrado a una persona que se adapta mejor que usted al puesto. Queda despedido.


El hombre salió del despacho inexpresivo tras estrechar la mano de su jefe y darle un caluroso abrazo. Eran varios años los que llevaba trabajando en aquella empresa, y mientras su jefe decía algo sobre un finiquito, nuestro hombre cerró la puerta tras de sí. Recogió sus cosas de su mesa y abandonó las oficinas.


Salió a la calle y decidió desayunar. Intentó sacar dinero de un cajero, ya que todo el que llevaba se lo había entregado a los ladrones, pero en la pantalla aparecía, insistente, el mismo mensaje:


Tiene una deuda de 8000 euros


El hombre se extrañó, pero no perdió los nervios, y habló con la cajera de su banco. La mujer, una joves rubia de ojos marrones, desde detrás del cristal lo miraba con ojos brillantes cuando él le explicó por tercera vez el problema. La cajera pasó sus dedos ágiles por el teclado del ordenador que tenía ante sí, y le comunicó la fatal noticia:

- Señor, tiene usted una deuda de 8000 euros.

El hombre, cerró los ojos, los volvió a abrir y explicó por cuarta vez consecutiva:

- Eso parece. Pero yo no he podido gastar ese dinero porque nunca he tenido tanto dinero.

La mujer esbozó una leve sonrisa en el lado izquierdo de su boca:

- ¿Su mujer ha podido sacar dinero de su cuenta, quizá?

El hombre sonrió ampliamente mirándo sus ojos marrones cuando dijo:

- Eso es imposible, porque no estoy casado.

La mujer volvió a mirar el ordenador, y el hombre volvió a mirar a la mujer. Comprobó como su cara se volvía azul y amarilla al reflejar el brillo de la pantalla. Azul, amarillo... otra vez azul...

- El ordenador me dice que la deuda existe, y vienen todas las fechas en las que se ha extraído dinero. Si quiere se las digo.

- No es necesario. Es usted muy amable. Pagaré los 8000 euros, lo prometo, pero ahora no puedo, me acaban de echar del trabajo -la joven guardó silencio. Le parecía mentira que el hombre que tenía ante sí hubiera perdido el trabajo y tuviera que pagar 8000 euros, y aún así pudiese sonreirla de aquel modo. El hombre adivinó sus pensamientos-. Además, antes de llegar al trabajo, unos ladrones me robaron todo el dinero que llevaba. La mujer abrió unos ojos desorbitados.

- Así que no tiene usted dinero para comer...

- No lo sé. Lo que sí sé es que no tengo dinero para desayunar.

- Si quiere, mi descanso es dentro de quince minutos. Puedo invitarle a desayunar.

El hombre aceptó, y salió fuera del banco a esperarla. La observó detenidamente tras la cortinilla de la ventana mientras ella atendía a otros clientes. De repente, y de manera incomprensible, su corazón se aceleró. Comenzó a imaginar la vida de la chica con la que iba a desayunar unos minutos más tarde.

- Seguro que vive en las afueras, con sus padres, y está deseando salir de allí, pero no puede, claro, porque la vida está carísima, el alquiler de un piso no está al alcance de una cajera, y menos si vive sola, porque está claro que no tiene pareja, si tuviera no viviría con sus padres, y está claro que vive con sus padres porque esos pendientes se los han regalado ellos por su vigésimo octavo cupleaños, una chica tan guapa no puede tener tan mal gusto, pero sí que puede querer no herir los sentimientos de sus padres, por eso, esta mañana se ha puesto esos pendientes, y no se ha pintado los labios porque no le gusta el sabor que le deja despues de beber agua, y no fuma porque el olor del humo le recuerda a un novio que tuvo con el que acabó muy mal, adelgazó mucho y a punto estuvo de perder su empleo, ahora ya está mejor, ya es hora, porque han pasado casi dos años de aquello, no obstante no ha podido nunca más encontrarse agusto con alguien, hasta que he aparecido yo y la luz ha brillado al final del túnel, cuya oscuridad es mayor debido al tiempo que tiene que esperar el autobús hasta que llega a trabajar, a que sus hermanas ya se hayan casado y ella aún siga huyendo de los fumadores, y sus padres se lo echen en cara cada vez que quieren estar solos en su propia casa a una edad en que los padres necesitan estar solos, o al menos, lejos de los hijos...


Su corazón funcionaba tan deprisa que un dolor intenso se apoderó de él. Se estaba poniendo nervioso por primera vez en su vida, y era debido a la cajera de su banco. El hombre se sentó sobre la acera, y siguió mirando a la chica:


- Seguro que le gusta tomar zumo de naranja por las mañanas, y tumbarse boca abajo y que su chico se tumbe a su vez encima de ella, y el chocolate negro, pero no con leche, y los dibujos de Disney en lugar de los de la Warner, y el color negro, y llevar la ropa interior de colores diferentes, y hacer chistes sobre los curas, y trabajar por la tarde para no tener que madrugar, y amanecer lejos de casa, y la compañía de la luna cuando no hay compañía, y que le toquen el pelo cuando se queda dormida después de comer, y que la arropen por la noche, y las tormentas en verano, seguro que le gustan los perros, y las películas europeas en versión original, y hablar con los chinos que venden cerveza por la noche, y los niños, seguro que quiere tener hijos conmigo, y ponerles nombres extraños, como el suyo, que seguro que no es de aquí, y me lo va a tener que repetir dos veces, porque no me voy a enterar al estar mirando sus ojos, nunca unos ojos marrones me habían gustado tanto, nunca unos ojos, del color que fuesen, me habían puesto nervioso.


Y así fue cómo el hombre se puso nervioso por primera vez, tan nervioso que la chica tuvo que acompañarlo al hospital en un taxi que pagó ella. Durante el corto viaje, él iba haciéndole preguntas.

- ¿Te gusta Woody Allen?

- Prefiero a Jean Pierre Jeunet.

- ¿Y el zumo de naranja?

- Sólo para desayunar.

- ¿A que odias las tormentas?

- Bueno, en verano no me disgustan.

El hombre tuvo que parar de hablar para que el corazón no se le saliera por la boca, pero no dejó de sonreir en todo el trayecto. Tampoco perdió la sonrisa cuando lo examinaron los médicos de urgencias, ni cuando ellos se alarmaron, lo tumbaron en una camilla y lo metieron en un quirófano. Uno de los médicos le comunicó a la chica que esperaba fuera, que mientras duró la operación a corazón abierto, el hombre no paró de sonreir, ni siquiera cuando sus latidos se redujeron al pitido de una máquina, ni tampoco cuando un enfermero le aplicó tres descargas eléctricas para reanimarle. Ahora mismo puede estar en el depósito con la misma sonrisa, dijo el doctor, lo siento por su novio.Y así fue como nuestro hombre se puso nervioso y fue feliz por primera vez y al mismo tiempo.

Fotografía extraída de archivodiputados.gov.ar

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