martes, 21 de abril de 2009

ATM-NUM: Banega, el último indio del Manzanares

Como los miembros de un viejo matrimonio, ya conocemos nuestras brillantes virtudes y nuestros tediosos defectos. Por ejemplo, yo me siento a ver un partido del Atleti como si al llegar a casa, me esperase mi mujer, tras 25 años casados: sé lo que me tiene preparado para cenar -lo de siempre-, sólo falta por saber si se le quemará en el horno o no. Y durante más de una hora estuvo oliendo a chamusquina en el Vicente Calderón. Hasta que apareció Banega.

Ese chico, que visto desde las gradas no parece tener un físico portentoso, ni una velocidad pasmosa -ni siquiera es guapo, se jactó una chica sentada varias filas más abajo, cuando Abel recurrió a él como se acuerda uno de su madre cuando desoye sus consejos y la caga-. Pero entró en el campo a los 55 minutos, con su cara de indio, y puso patas arriba lo que había sobre el césped, que era bien poco. La primera parte había sido un acoso tenue del Atleti, que rondaba el área numantina como un adolescente enamoradizo el portal de la chica que le gusta: sin atreverse a entrar. Cuando estuvo más cerca, el portero se encargó de neutralizar los ataques, e incluso uno de los defensores sacó una pelota de gol bajo palos tras un córner. Como digo, la película nos la conocemos: el Kun sigue a lo suyo -¿por qué algunos futbolistas sufren un extraño síndrome que transforma su apariencia hasta convertirlos en sucedáneo de modelos que pasean por el campo y ponen posturitas? Le está pasando al Kun, le pasó a Luis García, Guti nació así-. Forlán también iba a su bola, pero éste es otro tipo de jugador, creo. Él persiste hasta lograr el premio del gol, tiró a puerta entre siete y diez veces para conseguir un tanto en el último disparo que ejecutó. Eso es perseverancia. Era el dos a cero, y los fantasmas se alejaban. La defensa apenas se veía inquietada, y ese fue el peor error del Numancia, porque, como está demostrado, si al Atleti se le apunta, se le acaba dando. O se acaba dando él mismo. Pero una defensa sin Seitardis, ni Pablo, ni Pernía, no da juego. No hay color. Cuando juegan estos tres, la zaga rojiblanca se asemeja más al plató de una función de variedades: Seitaridis ha elegido el fútbol, pero podía haber sido el sucesor de Buster Keaton y Charlot, con sus tropezones y sus autogoles; Pablo me recuerda inevitablemente a Jaime de Marichalar -eso sí, antes del jamacuco-; mientras que Pernía es algo así como el Pepe Viyuela del fútbol, pero no el que sale ahora en Aída, sino el que se quedaba enganchado en sillas plegables y escaleras.


El tres a cero lo puso Simão -el pequeñito que flota por la banda izquierda-, desde la frontal y tras tocar en un defensa. Tres goles, tres puntos, y a tres puntos de la Champions. Pero la afición ve los partidos de su equipo como mi madre mi expediente académico. La confianza escasea, y no por el calendario -porque lo peor ya ha pasado, y demasiado bien hemos terminado-, sino por la capacidad del equipo para morderse su propia lengua al comerse a su presa.


Fotografías extraídas de eurosport.yahoo.com, alicantevivo.org, blogys.net, as.com, elmundo.es y goal.com.

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